05 enero 2011

Guardianes de la felicidad

Ha llegado nuevamente el momento más importante del año, el día mi cumpleaños. Siempre he sido un experto preparando este evento de la manera más minuciosa posible. Tan es así que la cuenta regresiva empieza al menos 10 días antes, haciendo que mis actividades pasen a ser secundarias. Reconozco que cumplir años no es ningún merito del agasajado, pero adoro las fiestas y las preparo con la intención de que cada vez resulten mejores. Es cierto que generalmente los festejos están librados al asar y no siempre las cosas salen como uno espera, pero hay que poner todo el esfuerzo posible. De hecho, trabajando solidariamente con mi familia hemos llegado a elaborar reuniones envidiables. Por medio de una buena organización uno ayuda a la suerte mejorando las probabilidades del éxito. Muchas veces sucede que Repartidas las tareas entre mi esposa, mis dos hijos, Martín y Gerardo, y por supuesto yo, incurrimos en feroces discusiones con mi esposa sobre detalles de la organización, pero todo en favor del gran objetivo. Luego nos reconciliamos como si nada hubiera pasado, recordando que nuestras perspectivas son intrascendentes comparadas con el hecho que nos convoca. La lista de invitados, que cada año se renueva en su totalidad, consta de veinte comensales y para asegurar que este número no sea mayor ni menor telefoneo a cada uno de los invitados tres o cuatro veces confirmando su asistencia. Claro que nunca falta el desconsiderado que incumple su palabra, pero para estos casos de emergencia tenemos reservada la nómina de vecinos, la cual usamos a última hora para completar el número ideal.
Henos aquí en la cocina nuevamente moldeando un acontecimiento que esperamos sea inolvidable. Arengándonos con palabras de aliento producimos sándwiches, tortas y demás mientras soñamos con el día perfecto.
- ¡Hoy va a ser mejor que el año pasado!
- ¡Si papá, hoy romperemos cualquier pronóstico!
- ¡Seguro chicos, este día solo será superado por el del año que viene!
Marta, mi mujer, nos observa orgullosa. Dan ganas de llorar de emoción, formamos un gran equipo. Muchas veces creo que somos cuatro ángeles de la alegría, y sonrío de solo pensarlo ya que el objetivo es el gozo de la gente que vendrá esta noche, lo cual representa finalmente el nuestro. Generosos guardianes de la dicha ajena planeamos la diversión poniendo toda nuestra energía y para no perder de vista el gran motivo grito:
- ¡Saben lo importante que es este día! -
Y contestando con seguridad se lanzan:
- ¡Si padre, es tu gran cumpleaños!
Y justo ahí nos miramos perpetrando nuestra complicidad, transformados en grandes escultores de esta obra maestra una vez más.
La casa quedó preparada para recibir a la gente a eso de las ocho de la tarde. Durante las dos horas libres transmití mi agradecimiento a los chicos por su colaboración y se mostraron complacidos. Luego conversamos sobre los pasos a seguir una vez arribada la comitiva para no pasar por alto ningún pormenor.
Los invitados comenzaron a llegar a las diez y los fuimos acomodando en las sillas con su nombre inscripto en el respaldo. Uno a uno se ubicaron organizados en dos grandes grupos, un sector para mujeres y otro para los hombres. Los regalos iban a parar a la mesa que habíamos instalado exclusivamente para tal fin.
El vino ya se deslizaba en las copas de cristal, auspiciando la tertulia que lentamente se animaba. Con un guiño de ojo le indiqué a Gerardo que sirviera los sándwiches. Excitado por su entrada en escena corrió hasta la cocina volviendo con los bandejas a gran velocidad, digna de aplausos. Las apoyó en puntos estratégicos de los mesones para que nadie quedara relegado, como habíamos acordado. Las personas atacaron la comida sin pensarlo, se veía tentadora. Seguía corriendo el vino en los vasos al tiempo que Martín ya traía otro platón de sándwiches, previa señal mía. Marta se encargaba de retirar las bandejas que, ya vacías, perjudicaban la estética ocupando lugar sin sentido. Yo repartía mi tiempo acercándome a cada uno de los invitados para mantenerlos entretenidos.
- ¿Cuantos años cumples Roberto?
- Cuarenta y cinco.
- Estás muy bien conservado - a lo que alagado contestaba:
- Así es, una vida ordenada es la clave para una buena salud.
- Y te felicito por tan hermosa gala que has preparado - Ocultando la emoción por el cumplido replicaba:
- Gracias, es solo consecuencia del esfuerzo, me alegro que te sientas cómodo.
Todo marchaba a la perfección, incluso mejor de lo previsto y me sentía rey en medio este gran banquete elucubrado con tanta delicadeza. El alcohol, para mi agrado, estaba causando efecto y el solo hecho de ver la cara de las personas emborrachándose tranquilizaba. Mi mujer trajo la torta con velas encendidas al tiempo que se iniciaba el “cántico de feliz cumpleaños”. Que instante sublime el que estábamos creando. Las lágrimas brotaban de mis ojos al tiempo que apagaba las velas envuelto en aplausos. Éramos todos participes de este espectacular momento. Mi deseo cuando soplaba fue, como de costumbre, que la fiesta no decayera. Las otras tortas fueron traídas por Martín. Divididas las cuatro en diez magistrales porciones, aseguraban la posibilidad de repetición. Inteligente mi hijo servía él las raciones, evitando así que los concurrentes eligieran. Con esa actitud Martín eludía heroicamente cualquier desorden, porque es sabido que si se concede el poder de decisión a los convidados algún pastel quedaría discriminado. Esto no solo hubiera causado nuestro enojo, sino también un desarreglo visual intolerable. Por suerte, y gracias a la sutileza, las cosas continuaban según el plan. Todo continuó según lo pactado hasta que desgraciadamente se presentó el primer desajuste cuando algunas personas, visiblemente descontentas, no terminaban los trozos de la tarta de manzana. Era imposible no darse cuenta de lo que estaba pasando. Yo me revolvía en mi trono nervioso. ¿Cómo podían despreciar nuestra ofrenda? Debí suponer que la manzana no sería tan popular. Con la intención de innovar en los sabores había cometido un error infantil. Fui hasta donde estaba mi esposa, y apartándola del resto le dije:
- Te das cuenta, tú insististe con la tarta de manzanas.
- La idea fue de los dos.
- Si pero más tuya que mía, ahora ves lo que pasa. Y todo por hacer caso a tu genial intuición. Retira ahora la fuente antes de que todos adviertan el fracaso de tu ocurrencia-
- Está bien, pero no me culpes por algo que los dos hicimos.
No podía perder la compostura ya que atentaría contra el éxito de nuestra empresa. El autocontrol que ejercía era memorable y transformado en un paladín del artificio sonreía de oreja a oreja repitiendo la gran frase en mi cabeza: “Recuerda que tú no eres más que un peón de este colosal festejo puesto en marcha”. Comprendiendo la sabiduría de este mensaje logré finalmente volver a manejar la situación.
Avanzada la noche arribamos a la parte más esperada: el baile. Con un movimiento de manos le indiqué a Gerardo que prendiera el equipo de música al tiempo que dirigí la mirada a los integrantes de mi familia para saborear la felicidad que los desbordaba. Tantas horas de ensayo coreográfico se verían finalmente recompensados. La ansiedad era intolerable. Repiqueteaba el Twist en el equipo musical a todo volumen y en forma ordenada nos fuimos situando los cuatro, separándonos del grupo, hasta formar una fila. Simulábamos espontaneidad, nadie debía suponer que lo habíamos practicado, así la fingida improvisación aportaría grandeza a nuestro repertorio. Comenzamos a desplegar nuestras habilidades. Bailábamos con una precisión soñada, concentrados para no errar. La coordinación que mostrábamos era excelente y los observadores no podían reprimir muecas de asombro, y aunque no aplaudían, con sus gestos alcanzaba. Estábamos inmersos en una burbuja de felicidad y no nos dimos cuenta de que lo más doloroso estaba por acontecer. En un desliz Gerardo se precipitó cayendo al suelo de forma aparatosa, rompiendo el encantamiento. No se hizo esperar la carcajada generalizada. Le dediqué una mirada furiosa que hablaba por mil palabras exhortándolo para que se pusiera de pie y continuara con la danza, pero las risas no se detuvieron hasta finalizada nuestra actuación. Yo estaba desecho, la cólera me poseía. Agarré a Gerardo del cabello y lo arrastré al interior de la casa.
- ¿Que mierda te ha pasado?, lo echaste a perder.
- Perdón papá, es que estaba muy nervioso.
- No digas estupideces. Has tirado por la borda horas de ensayo. No lo puedo creer.
- Perdón papá.
- Perdón las pelotas. Ahora vete a dormir.
- Si, papá.
En medio de un odio incontrolable regresé al patio para dar la cara. Les dije que mi hijo estaba muy apenado por lo ocurrido, que lo disculparan. Uno de los invitados habló:
- No fue nada, solo un pequeño error - esto lejos de apaciguarme intensificó mi rabia.
- ¿Que no fue nada? ¿Qué mierda sabes tú? ¿Pensaste que estábamos improvisando? No señor, de ninguna manera. Hemos estado practicando durante todo el día para que este inútil se equivoque. ¿Sabes que? Vete al carajo. Si, váyanse todos al carajo. Salgan ahora de mi casa. ¡Me van a decir a mí como juzgar un espectáculo! A mí, el gran maestro de ceremonias. ¡Desaparezcan de mi vista manga de mediocres! Si, retírense. ¡Vamos, rápido, desaparezcan!
Sentado en una silla veía como los imbéciles deshabitaban mi casa. Marta y Germán, que conocían mi temperamento, se fueron a sus respectivas habitaciones. La exasperación revolvía mi cabeza, no paraba de repetirme que esto había sido un desastre. Poco a poco fue abordándome la calma. Me alegré de súbito al comprender que la calidad de esta fiesta sería muy fácil de superar por la del año que viene, solo que para la próxima ocasión estaremos mejor preparados.

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