03 enero 2014

El invierno inevitable (cuento)

- ¡Chicos, parece que llegó el abuelo!
Mi abuelo llegó una vez más de Colombia y cuando entró a casa nos quedamos todos mirando las valijas para ver si traía las cajitas. Como se dio cuenta de que estábamos todos pendientes del equipaje hizo un par de chistes sobre el tema y nos obligó a esperar un poco antes de mostrar. Esto es típico de sus regresos. Luego de saludarnos se puso a conversar con los adultos de la casa fingiendo que se olvidaba de nosotros, pero siempre observando de reojo el equipaje, el cual devorábamos en silencio. Estos son los casos en los que a mi me gustaría tener vista de rayos x para traspasar la tela y saber que hay detrás, pero una vez más mis ojos fallaron. La ansiedad era mucha, porque los tres hermanos no podemos imaginar lo que sería un mes sin la correspondiente cajita de calor, sería insoportable. De todos modos cada uno tiene algunas cajitas de reserva.
Luego del acostumbrado jueguito de espionaje el abuelo finalmente sacó las cajitas diciendo:
-Martincito, Jorgito, Rubén, acá tienen sus cajitas.
-Gracias abuelo.
- No las desperdicien porque cada vez está más difícil pasar por la aduana sin que me las quiten.
- Si abuelo
Me quedé mirando la cajita con una felicidad que no me sale decirla. No se que hicieron mis hermanos pero yo fui corriendo a mi cuarto y puse la cajita en la cama para contemplarla. Era tan linda que daban ganas de besarla, y la besé. Cuando pasó el primer encuentro tomé la cajita, la abracé muy fuerte y la acomodé sobre la mesa de luz.

2

El invierno cala hondo en los huesos. Mamá dice que cuando hace frío es porque Dios está triste. Evidentemente a Dios le cuesta recuperarse de las cosas, incluso más que a muchas personas, porque yo no he viste a nadie que la tristeza le dure tres meses. Pero es que también Dios no se la buscó fácil, hay que aguantarse a tantas personas pidiendo y pidiendo. Lo que no podemos solucionar es el llanto de Dios, pero por suerte llora pocas veces en Mendoza, solo cuando está tristísimo, incluso durante el verano.
Mi papá cuando está triste no llora, pero si duerme mucho, y me cuenta que durmiendo la tristeza se queda sin saber adonde ir, y después se duerme con él. Si, él dice que la tristeza se cansa de divagar y se duerme. Cuando despierta se olvida porqué estaba triste y simplemente se alegra.
Por suerte para mí, yo siempre estoy en verano, o por lo menos nunca sufro el frío. Cuando se utiliza con inteligencia, la cajita de calor puede durar hasta un mes, dependiendo de la dosificación que se haga. Pero eso no es problema, porque mamá la tiene clarísima y va midiendo las cantidades diariamente. A mis dos hermanos, que son mayores que yo, ni siquiera los controla porque ya son grandes y tienen que saber manejarse solos. De hecho, el otro día me garantizó que cuando cumpla los doce años (ahora tengo diez) también voy a poder hacerme cargo de mi cajita. Yo lo quiero pero al mismo tiempo no lo quiero, porque la verdad es que da miedo la responsabilidad, pero por otro lado uno se siente grande cuando la tiene.

3

Hoy a la tarde salí a jugar con Lucas. Mi amigo parecía un muñeco de nieve de tanta ropa que vestía. Cuando me preguntó como hacía para andar en remera le conté orgulloso que el abuelo acababa de traer nuevas cajitas con olor a menta. Me pidió un poquito de calor para las manos y le di la cajita para que sacara. Después la guardé en mi cuarto y nos fuimos por ahí oliendo a menta. Anduvimos por el barrio molestando a las viejas que regaban las aceras, jugamos un rato a la pelota con otros chicos e hicimos barquitos con hojas y los echamos a navegar por las acequias. Cuando se hacía de noche volví a casa. Luego de que mamá me regañara por traer los pantalones sucios cenamos en familia y me fui a dormir temprano, mañana había que ir a la escuela.

4

Me desperté para desayunar con la esperanza de que este fuera el día. Es que hace mucho tiempo que esperaba que la señora de la cajita de Jorge se sacara lo último que le quedaba. La mía estaba adornada con jugadores de futbol de River, pero la de Jorge tenía una mujer que estaba casi sin ropa. Rubén me contó que cuando Jorge pegó la calcomanía de la mujer, al principio estaba totalmente vestida, incluso hasta chaqueta tenía. Pero con el paso del tiempo y por el mismo calor de la cajita la señora se había sacado poco a poco la ropa hasta quedar sólo el corpiño y la bombacha. Aunque me daba un poco de vergüenza, yo me hacía el tonto y durante los desayunos miraba de reojo para ver si por fin se sacaba todo. Yo quería saber que había detrás, y la curiosidad era más fuerte que la vergüenza. Terminamos de desayunar y la mujer no hizo nada, que mala pata.
Cuando me dejaron en la escuela caí en la cuenta de que iba a ser una mañana helada. Por causa de esto apelé a la cajita de calor como unas cinco veces durante el transcurso de la mañana. Y aunque sabía la que se me venía en casa no lo pude evitar. Con eso de la doctrina del ahorro (como la llama papá) no se acepta derrochar nada, y menos el calor de las cajitas, porque traerlas de Colombia es complicado. Como era de esperar mamá y papá se enojaron conmigo pero lo que me dejó confuso es que en medio de la reprimenda se les escapara una que otra carcajada. Yo no sé, pero los adultos son bien raros. De todos modos les prometí que nunca más lo volvería a hacer.
Después de las reprimendas el abuelo se acercó a hablarme:
- Vení Martincito, vamos al garaje que te voy a mostrar algo.
- Pero es que tengo que hacer la tarea primero.
- Yo después te ayudo, ¿de que es la tarea?
- De matemáticas.
- Bueno, creo que algo me acuerdo. Si no, lo llamamos a Einstein y le preguntamos.
- Bueno.
El abuelo es más piola que nadie, siempre me ayuda con la tarea. Eso si, lo hace a escondidas porque si mamá se entera nos mata a los dos.
Cuando llegamos al garaje el abuelo me dijo que la magia en la vida es como la sal en la comida. Como se da cuenta que no entiendo mucho cuando habla así de raro me dice que memorice sus palabras porque algún día las voy a comprender, y yo así lo hago. El abuelo habla lindo. Después de la frase de la sal comenzó a señalar unos baúles:
- Mira Martincito, estos son mis baúles de calor.
- Ah. ¿Y porque tenés tantos?
- Lo que pasa es que por ejemplo, este de acá es de calor brasilero. El calor brasilero cuando te lo colocás baila por el cuerpo. Sentís un cosquilleo que te da ganas de reír y bailar. ¿Sabes porque?
- No, ¿Por qué?
- Porque el calor es una parte de nosotros, y la gente que vive en Brasil piensa que la vida es bailar y divertirse.
- Y como, ¿no van a la escuela?
- Si, pero eso lo hacen para educarse, no para vivir. Para aprender a vivir ellos primero aprenden a reírse.
- Ah.
- Este que está acá está lleno de calor boliviano.
- ¿Y como es el calor boliviano?
- Es tan mágico como el brasilero, pero es una magia diferente. Cuando te lo pasas por el cuerpo se te viene una sensación de inmensidad a la cabeza. Entonces no parás de sentir que estás en un en un mundo lleno de fuego y gentes saltando y cantando melodías ancestrales.
- ¿Que son melodías ancestrales?
- A ver, viste las flores. Primero se planta una semilla, y luego nace la flor.
- Si.
- Bueno, ¿pero de donde te creés que salió la semilla?
- Y, no se.
- La semilla viene de otra flor, y esa otra flor viene de otra semilla de una flor anterior.
- Ah.
- Bueno, las flores anteriores son los ancestros de la flor que hoy esta naciendo.
- Ah.
- Entonces eso quiere decir que la flor que hoy esta creciendo tiene partes de las flores que vivieron antes que ella y que dieron la semilla para que ella nazca. Por lo tanto, es como si fuera un conjunto de flores en una sola flor.
- Ah.
- Bueno, y los bolivianos son como una flor que nace todo el tiempo.
- ¿Y los argentinos?
- Ah Martincito, nosotros somos como un bosque repleto de muchas flores que vienen de flores de todas partes del mundo, no de una sola flor. Ya ni se de que flor venimos.
- Mmm, ¿y eso es mejor?
- No, es diferente, nosotros tenemos muchos ancestros que ni siquiera conocemos.
- Que raro.
- Si, ¿pero sabés que es lo importante?
- ¿Qué?
- Que nosotros somos los ancestros de las personas que van a venir después.
- Ya entendí.
- Que bueno, a mí me tomo muchos años entenderlo. Entonces, para que no se olviden de nosotros, tenemos que recordarles a todos quienes somos, qué nos hace ser una flor especial y qué diferencia hay entre nuestro calor y los calores de otros países. ¿Entendés?
- Claro abuelo…¿pero como hacemos eso?
- Y, si vos te ponés un calor colombiano en el cuerpo, tenés que saber que es un calor prestado, porque vos tenés tu propio calor, que es argentino. Pero además de ser argentino, tu calor es único entre los argentinos.
- Ah. ¿Pero y en invierno donde se va mi calor argentino?
- Está como latente, como dormido. Pero está ahí, lo tenés adentro escondido.
- Uf, menos mal.
Hablar con el abuelo es muy divertido, sobre todo porque nunca me regaña. Tiene también calores australianos, ecuatorianos y españoles. Mientras me mostraba los baúles no abrió ninguno, porque como tienen tanto calor adentro, apenas uno los abre se dispara el calor para afuera. Para que esto no pase el abuelo tiene una manguera que evita las fugas de calor, y cuando yo sea grande me la va a regalar.
Cuando terminamos con los baúles nos sentamos a hacer la tarea. Luego de dar un vistazo, el abuelo, como no se acordaba de cómo eran las matemáticas, trajo el teléfono para llamar a su amigo. Según el abuelo la llamada al cielo iba a ser cara porque era de larga distancia, pero llamó a cobrar. De todos modos dijo que siempre hay tiempo para pagar las deudas con el cielo.
- Hola, ¿La casa del señor Einstein? ¿Podría hablar con Alberto? Alberto, ¡Que haces hermano! ¿Como anda la relatividad? Escuchame, vos sabes que estoy con mi nieto y no sabemos como resolver unas divisiones.
A mi me daba no se que, ¿Qué iba a pensar el Alberto de mí? Yo creo que el abuelo se dio cuenta que me puse incómodo porque guiñaba el ojo para tranquilizarme.
- Si Alberto, lo que pasa es que no tenemos calculadora, el pibe tiene diez años y no le dejan usar calculadora. Martín, ¿Cómo es la división?
- Ciento veinticinco dividido cinco.
- Ciento veinticinco dividido cinco, ¿Cuánto da? Dale Alberto, no te hagas el pelotudo y decime. Anotá Martincito, da veinticinco. Gracias hermano, cualquier cosa te llamo después, y a ver si soltás la calculadora y nos tomamos unos tragos por ahí. Ah, disculpame por llamarte a cobrar, lo que pasa es que ando sin un mango, y arreglate el pelo, parecés un payaso.
Parece que la ayuda de Alberto refrescó la memoria del abuelo que no tuvo problemas para resolver las otras divisiones. En el momento en que mamá apareció en la “sala de estar” preguntó que estábamos haciendo. El abuelo contestó que estábamos hablando de la vida. Para mí que mamá no se lo creyó, porque miraba los cuadernos con cara de sospecha. Por suerte para nosotros dijo que estaba apurada y que iba a la tienda a comprar las cosas para la cena. El abuelo se pasó la mano por la frente y me dijo:
- Uh, nos salvamos por un pelito. Porque si descubre lo que estábamos haciendo…
Pasado el momento de nerviosismo nos reímos un rato, como los brasileros.
El abuelo se fue a dormir porque tenía sueño. Como la tarea estaba lista me fui a jugar con Lucas. A veces me dan ganas de regalarte una cajita y creo que uno de estos días lo voy a hacer, porque andar arropado así no debe ser divertido, apenas si se puede mover. Cuando regalo algo me siento tan raro, pero es divertido.

5

El desayuno pasó otra vez sin novedades, la señora todavía no sufre de tanto calor. Nos subimos al auto de papá y la señora seguía con corpiño y bombacha. Llegamos a la escuela, lo mismo. Ese día me sentía raro, como si me hubieran sacado algo, pero no sabía que. Revisé la mochila y aunque confirmé que la cajita estaba en su lugar, la sensación de vacío persistía. En medio de la clase la maestra se acercó hasta donde yo estaba y con voz rara dijo que podía irme a casa, y que papá esperaba en la secretaría de la escuela. Yo ni pregunté porque, a ver si se arrepentían de darme el día libre.
Cuando llegué a la secretaría papá estaba triste, pero no dormía sino que lloraba. Claro, en la escuela está prohibido dormir. Cuando le pregunté que era lo que pasaba me contestó que el abuelo se había ocultado en un cajón de calor. Me explicó que realizando un experimento con los cajones, había terminado metido en uno de ellos. No entendí que tenía eso de triste, pero ver a papá llorando hizo que yo también llorara. Fuimos en el auto hasta un lugar que yo no había visto nunca. Nos bajamos y entramos en una sala blanca atestada de gente, entre los que pude reconocer a mis primos y a mis dos tíos. Había un fuerte olor a café y cigarrillos. También estaban mamá, Jorge y Rubén. Me dí cuenta de que algunos adultos estaban tristes porque lloraban. De tanto en tanto alguna persona se acercaba y me tocaba la cabeza como lo hace la abuela cuando me dice lo mucho que he crecido. Cuando pregunté por el abuelo me dijeron que estaba en la sala del fondo y aunque fui hasta la sala no pude realmente verlo porque comentaron que era imposible abrir el baúl, estaba cerrado por dentro. Le dije a mamá que intentáramos abrirlo pero aseguró que no se podía, que ya lo habían intentado repetidas veces pero que el abuelo se empeñaba en mantenerlo cerrado. Como yo insistía me aseguró que el abuelo sabía lo que hacía y en algún momento saldría del baúl, era solo cuestión de esperar. Lo raro es que el baúl era negro y rectangular, y en casa yo no lo había visto nunca. Debía ser uno muy nuevo. Más tarde fuimos a un jardín enorme en donde pusieron el baúl bajo tierra para que el calor concentrado del cajón no dañara al abuelo. Mamá dijo que ahí abajo es donde mas se siente la tristeza de Dios.

11 diciembre 2013

La pulsión

"...Aber vor allem, nicht ohne Dich!."

Con otra mujer imposible,
Contigo ni hablar, sin ti menos aún
Siento una pulsión en forma de respuesta,
Una pulsión evidente, amarga o dulce, pero irresistible

Entonces digamos que volveré a intentarlo contigo
y no funcionará, ambos lo sabemos muy bien,
Luego de ese intento fallido, naturalmente
insistiré una vez más a pesar de la sospecha lógica y fatal

Pero sobre todas las cosas, con otra mujer imposible,
Nunca lo permitirá esta sabia estupidez
Esta evidente certeza que me lleva hacia vos,
Este intento terco como mi angustia.

Con otra mujer no puedo
vivir, morir, amar, odiar, ni siquiera intentar,
porque estos verbos ahora son tuyos y sólo sangran
cuando pienso en vos.

-Ayyy, penas en el corazón- Dijo el Astronauta.
-Callate, es una poesía, y las poesías son para emocionarse, no para criticar, criticón-
-Ayyy, para emocionarse-

05 noviembre 2013

Yo sabía

Perderemos el control por un momento,
Un momento que durará una eternidad
Y sí, nos enamoraremos
Ella de mi libertad y yo de su flexibilidad

Nos levantaremos un día y antes de lo previsto
ella exigirá más libertad
Y yo más flexibilidad
Y ambos pensaremos: ¡Yo sabía!

Los relojes volverán a funcionar ¡y cómo!
Los segundos se volverán intolerables
Las horas inalcanzables
Como luz en las tinieblas

Solo para demostrar que el amor estaba equivocado
Que el amor fue tan fugaz como un ataque al corazón
Solo para que el tedio nos mire orgulloso
Y nos diga: ¡Yo sabía!

15 octubre 2013

El Hombre que dibuja Caballos

El hombre que dibuja caballos me ha cruzado en la estación de trenes de Potenza, la superior. Como recomienda mi experiencia traté de mantenerme lo más alejado posible. Pero no fue suficiente para evitarlo. Y sí, a fin de cuentas, me ha dibujado un caballo.
No soy el primero ni seré el último. Supongo que en este momento estará dibujándole a otra víctima otro caballo estúpido y tembloroso, un caballo con el alma esquelética, un caballo sin caballo. Los hombres son como los dibujos que de los caballos hacen. No. Los hombres son todo lo que hacen, y en cada cosa una marca.
La mujer del bar de la estación también se ha ligado un caballo. Quién sabe cuantos caballos tendrá.
El hombre que dibuja caballos bromea, manejando casi a la perfección su aparatoso don de gentes, e incluso a varios idiotas le parecería un hombre sociable, pero es un caballo por fuera que no tiene caballo adentro. Es un hombre desesperado. Es un hombre por fuera.
Aunque si de dibujar caballos se trata, no hay mucha gente que dibuje caballos, verdaderos caballos. Porque por ejemplo ¿como será un caballo por dentro? ¿como se dibuja? Digamos que un caballo por dentro se siente, pero no se puede dibujar ¿Como será "El grito" pero de un caballo?
Los caballos a veces sufren. Yo los he visto cuando miran, cuando el caballo de adentro te mira, despavorido y asfixiado en ese estúpido caballo. Se te hielan los huesos cuando lo ves hundido en esos pozos como 2 gotas de vidrio. O cuando los veo caminar una escalera mecánica sin escalera, infinita de círculos conocidos, repugnantes. Eso es lo que queda cuando a un caballo le sacamos el caballo.

05 septiembre 2013

La Solistería

Estoy muy cansado, mi cabeza es una bomba de tiempo. Creo que este es el fin, el que busqué sin querer, o quizá lo quise. La crónica de los últimos pasos del destino comienza a repetirse en mi cabeza, y aunque ahora todo parece evidente, no lo fue mientras ocurría.

Me acerqué con cautela. El panorama era el de una hostería derruida por fuera, las paredes porosas imprimían en mis sentidos la tristeza, una tristeza urgente. Era claro que el tiempo había hecho estragos en la pintura, derrotando la belleza. Pero este no era un tiempo como el que pasa en nuestras vidas, porque yo sabía que el tiempo en este lugar era lento y los minutos se arrastraban como orugas. Las ventanas se asomaban tras persianas desvencijadas que aportaban un efecto tenebroso a la fachada, como ojos de este monumento a la desolación.
Llegué hasta la recepción que se encontraba a la izquierda de la entrada, Frente a la entrada se veía un pasillo envuelto en una luz tenue.
- Bienvenido a la Solistería. ¿Qué le puedo ofrecer?
Me recibió una recepcionista pálida, con esas ojeras de los que pierden la batalla contra el insomnio.
- Deseo que me muestre el establecimiento, pienso dormir aquí esta noche.
De hecho, el plan era quedarme solo por una noche, pero un plan no es más que el borrador del original que el destino escribe.
-Sígame. Es tarde y usted debe estar cansado del viaje, lo llevaré a la habitación. Mañana le mostraré el resto de la posada.
- Muchas gracias, realmente ha sido un viaje largo.
Cuando la mujer enfiló hacia el pasillo pude observar la exagerada encorvadura de su cuerpo, pero peor fue cuando mis ojos dieron con su cabello, que más que cabello parecía paja. Mi mente se alejó por unos momentos alucinando sobre esta idea, pero la flexibilidad de los movimientos de la mujer me tranquilizó y me dije casi emocionado ¡no es un espantapájaros!.
Nos aventuramos por el pasillo que contaba de ocho puertas, cuatro a cada costado. La mujer abrió la primera de la derecha luego de usar dos llaves para la misma cantidad de cerrojos que decoraba la puerta, cosa que me causó la sensación de seguridad
- No es la mejor habitación, pero necesito tiempo para acondicionar las otras seis. El baño se encuentra al final del pasillo del lado izquierdo.
¿Las otras seis? Pensé para mis adentros y no pude contener una risa que me dejó bastante mal parado. Ella me miró con desdén, dio media vuelta y se fue.
Una vez retirada la mujer permanecí en el portal y observé los tres cerrojos en la puerta de enfrente, no dos. Esto fue algo curioso, pero cuando caminé hasta el baño mi desconcierto creció, ya que a medida que el pasillo avanzaba el número de cerrojos iba en aumento hasta llegar a siete en la puerta frente al baño.
Dudas aparte entré en mi habitación que se equipada con una cama a la izquierda, la respectiva mesa de luz a la derecha, y sobre el otro costado del cuarto un armario de tamaño ínfimo en el cual coloqué algunos efectos personales, lo que no encontró lugar en el armario lo deje al lado de éste. También había una ventana que medía varias veces lo que el armario. La noche cayó y ordenado mi equipaje me entregué al sueño.

Me levanté, mire hacia los costados y descubrí este lugar hermoso, probable para mí pero confusamente inalcanzable. Podía tocarlo pero era imposible palpar su perfecta armonía. Los árboles esperaban inquietos, las hojas caían violentamente sobre mi cabeza y a la vida llegó el inmenso otoño.

Desperté envuelto en transpiración, contemplé la habitación y sólo en ese momento comprendí la nefasta influencia de ésta. Cosas a las que no había prestado atención durante mi llegada, como el color cetrino de las paredes, una alfombra desecha y la gran ventana proyectando el día nublado potenciaron mi malestar. El aire estaba viciado de melancolía, de recuerdos sin cabeza. Este estado, por ser nuevo para mí, se me ocurrió algo intrigante.
“Nuevo día, nueva vida” decía siempre Raúl. Decidí salir de la habitación para dar un paseo que refrescara mi ánimo.
- ¡Mierda!
El susto de ver a la recepcionista ni bien abrí la puerta me dejó atónito
- Buenos días, ¿Cómo amaneció mi amiguito?
Con un hilillo de voz respondí:
- Bien, gracias. He tenido mañanas mejores.
- Que pena, bueno, nada que hacer, hay mañanas mejores que otras. Vine a recomendarle conocer el piso superior, es un deleite. Mientras tanto yo trasladaré sus cosas a la nueva habitación.
- Pero es que no se si me quedaré esta noche.
- ¡Quédese hombre! no acaba de llegar y ya se quiere ir.
- ¿Es necesario cambiar de habitación?
- Absolutamente.
Cualquier respuesta hubiera admitido réplica, cualquiera menos esa. En principio sospeché que había algo de cinismo en su tono, pero luego pensé que la pobre mujer no merecía tal injusta sospecha, solo hacía su trabajo y estaba siendo servicial para conmigo.
La curiosidad sobre la fémina se esfumó para dar paso a otra. ¿Qué habría en el piso de arriba?
Fui hasta la recepción y tomé la escalera que se encontraba en el otro extremo de la entrada. Percibí la atenta mirada de la mujer midiendo mis pasos, el peso de sus ojos hacía duros mis movimientos y aunque fingí no percibirla el esfuerzo fue inútil, actué con la mayor naturalidad posible pero no pude evitar el impulso de apurar los últimos pasos hasta coronar la cima. Pensé misión cumplida, y volví a la comodidad.
La sala del primer piso era acogedora, aunque de una forma rara. Dos sillones enfrentados entre sí a derecha e izquierda, de frente un banquillo testigo principal del televisor que se hallaba al fondo, y detrás del televisor una biblioteca colmada de libros. Fui hasta la biblioteca y examiné un par de ejemplares. Pero cuando estaba seguro de que eran libros, la realidad no fue tan literaria, y revisando de izquierda a derecha los estantes observé que sólo eran cuadernos en blanco con tapas de cuero, al estilo artesanal. Si, cuadernos con páginas vacías.
No sentía ganas de ver televisión, por lo que tomé uno de los cuadernos, entendiendo que estaban ahí al servicio de la clientela, y acepté el viejo desafío de redactar algo de mi propia creación. Me acorde de Pablo, que siempre decía que la hoja en blanco es como un neuropsiquiátrico donde uno manda las ideas que es necesario sacarse de encima para no enloquecer al resto.
Bajé hasta la nueva habitación, no sin antes cruzarme con la profunda mirada de la mujer, que tenía cara de estar disfrutando cada uno de mis movimientos, lo cual me pareció razonable, debía estar bastante aburrida ya que en apariencia éramos las únicas personas en la hostería. Había tres cerrojos en la puerta y luego de acompañarme y señalar las diferencias entre este cuarto y el anterior la mujer volvió a su puesto de trabajo. Estas diferencias se resumían a un armario dos veces lo que el de la primera habitación y una ventana más pequeña, en cuanto a las paredes eran cuartos gemelos.
Dentro de la habitación sentí un cansancio extraño, seguido de cerca por la angustia. Probablemente la ausencia de acontecimientos en la pensión fuese la razón principal de este sentir. Decidí que escribir sería lo mejor.
Si bien al inició costó un poco largar la mano, luego de unos minutos la escritura comenzó a fluir. Los recuerdos pasaban a través de mi bolígrafo como ríos que desembocan en el mar blanco de papel. Apareció en mi memoria el gato, y también todos los desastres que hacía en casa, y como se escapaba por las noches, como si dejara de existir, pero por las noches solo dejaba de existir para mí, no para el mundo, con ese anonimato que lo tornaba tan misterioso. De día vida humana con leche y comida, de noche vida gatuna, no era ningún pelotudo ese gato.
Mientras más me refugiaba en el cuaderno se colaban en mi cabeza sensaciones ambiguas, por momentos alegría, liviandad y a veces tristeza e incluso desesperación. Sentía que a medida que los pensamientos se refugiaban en las hojas se perdían en la oscuridad, como ficheros que luego de estar en nuestras manos, van a parar a un cajón.
En un momento de distracción miré hacia la ventana y caí en la cuenta de que ya era de noche, y un cierto orgullo se apoderó de mí: había permanecido escribiendo por largo rato. Mi vanidad se regodeaba con la idea de que inesperadamente yo era un escritor, porque dedicarle tanto tiempo al papel y el bolígrafo no era cosa tan simple. Yo, escritor, suena bien. Luego de tanto esfuerzo literario el sueño me mandó a dormir.

Iba por un sendero, pero el avance no dependía de la caminata sino que el sendero se movía con autonomía, llevándome como en una escalera mecánica pero sin escalones. La velocidad del mecanismo fue al principio lenta pero luego comenzó a acelerarse. Personas conocidas se arremolinaban a los costados festejando el desfile del que yo era el único protagonista, y después de algunos saludos se perdían detrás. Daba la sensación de que caían en un agujero negro, porque cuando volvía la cabeza simplemente desaparecían en la oscuridad. A pesar de la angustia de perderlos de vista y luego de varios intentos de retroceso noté que estaba pegado al suelo, volver era imposible. Comencé a gritarles, a pedirles que hicieran algo, pero no había caso, tan pronto aparecían, desaparecían. Las personas conocidas dieron lugar a otros individuos que no había visto nunca, los cuales de repente comenzaron a propinarme golpes en la cabeza y espalda. Los manotazos llovían incesantemente desde ambos lados, luego de un fuerte mareo perdí la conciencia y derrumbado en el suelo abandoné toda esperanza, entonces entendí que no volvería a verlos.

¿A quienes? Mi propia voz retumbó en el cuarto entre la transpiración y la confusión. Retorné a la tranquilad cuando comprendí que los manotazos no eran más que la metáfora de golpes en la puerta. Fui parsimoniosamente hasta la puerta y luego de abrir encontré a la recepcionista. Pensé que esto de las interrupciones se estaba volviendo irritante pero no dije nada.
- Como veo que empezó a escribir he dispuesto el próximo cuarto. Disculpe que lo despierte, lo que sucede es que ya son las diez de la mañana, y los cambios de habitación deben ser realizados antes de las diez.
- ¿Pero quien le ha dicho que pienso quedarme un día más?-
- Ah, disculpe, pero como usted no dijo nada en el día de ayer preparé el cuarto de enfrente. Sepa que si no va a permanecer en la pensión tiene que dar aviso al menos veinticuatro horas antes.
- Pero yo no lo sabía.
- Bueno, eso no es mi culpa, yo no hago las preguntas, sólo contesto.
Si antes estaba irritado en este momento hubiera estrangulado a la recepcionista. Pero no había nada que hacer, reglamentos son reglamentos.
- Bueno, necesito un tiempo para reacomodar mis cosas. Oiga ¿No puedo permanecer en esta habitación?
- Lo que sucede es que el armario es muy chico.
¿Que podía contestar a semejante incoherencia? Como no sabía que decir simplemente asentí, y de todos modos era cierto que el armario era pequeño. Ante mi silencio la mujer continuó:
- Si, creo que la próxima habitación es más adecuada para guardar los cuadernos que usted vaya utilizando.
Como una luz que se enciende entendí de repente que la mujer se había enterado de mi atrevimiento al tomar los cuadernos y pensé que sería adecuado dar explicaciones.
- Ah, si. Supuse que los cuadernos eran para los visitantes.
- Naturalmente. La expresión es la válvula de escape de la emoción. No se preocupe, que para eso están los cuadernos.
Su claridad no condecía con su aspecto.
- Ah, otra cosa. Relájese que yo misma llevaré sus cosas al otro cuarto, que para eso me pagan.
- Bueno, pero déme un tiempo para poner las cosas en la valija.
- No hace falta, usted diviértase por ahí que yo me encargo de los detalles.
Mejor imposible. La seguridad de la mujer me convertía en un hombre sumiso, dócil a sus ofrecimientos, por lo que accedí sin demora.
Sin nada que hacer decidí volver a examinar el piso de arriba. Fui hasta la escalera y esta vez, sin la presión de ser observado, subí con tranquilidad los peldaños. No tenía deseos de escribir, por lo que encendí el televisor.
La imagen mostraba una habitación en penumbras, en la que no se veían objetos ni personas o siquiera una ventana, nada, absolutamente nada más que una pared. Había algo extrañamente familiar en la imagen. Permanecí a la espera de algún movimiento, pero pasaron los minutos y la escena no se modificó, una pared, penumbras y silencio. Aburrido de la falta de acción intenté cambiar de canal, pero no existía otra señal. Si esto era lo único que transmitían por aquí no se quien querría un televisor.
Lo apagué, no valía la pena perder el tiempo con la imagen del cuarto vacío. Considerando la escritura como la única opción del momento tomé otro cuaderno, y luego de asegurar su virginidad lo archivé bajo mi axila.
Cuando bajé la escalera me encontré con la recepcionista que con ojos alegres dijo:
- Su habitación lo espera con ansias. Es la de la segunda puerta a la derecha.
- Muchas gracias.
Cuatro cerrojos. Esta habitación contaba con una ventana un poco más pequeña que la última, pero un armario más grande. La mujer me acompañó hasta la puerta y luego de algunas palabras sonrió satisfecha y dio media vuelta. Comprendí que estos pequeños detalles eran la sal de su vida, ¿de que otra cosa podía alegrarse? Una vez cerrada la puerta prorrumpí en una carcajada descontrolada. No se bien de donde venía esta risa nerviosa, pero venía. Creo que en el fondo la actitud excesivamente comprometida de la recepcionista intranquilizaba, y sin saber porque causaba sensaciones difusas en mí.
Luego de adaptarme a la nueva habitación dispuse el cuaderno y el bolígrafo para una nueva redacción. Claro, una leve inspiración aparecía y era poco recomendable desaprovecharla. El proyecto inmediato era escribir.
Entre letra y letra caían, de forma vertiginosa, los motivos que me trajeron a esta hostería. Ataques de ansiedad que se habían vuelto costumbre en este último año habían llenado mi espíritu de caos. La piezas de mi existencia se desmoronaron un día y comencé a cuestionarme porqué hacía lo que hacía. Las preguntas se fueron amalgamando una sobre otra como una pirámide invertida, que se fue abriendo cada vez más, volviéndose inabarcable. Lo hermoso acabó en tedio, las amistades en cajas vacías, y los amores en un planeta desconocido. Volcando palabras en el papel la alegría de escribir dejó lugar a la angustia de un pasado inmediato resquebrajado por la desdicha, y aunque por un lado sentía cierta liberación, por el otro asomaba una soledad insoportable en el cuarto de la pensión, una soledad que escupía tristeza.
Una voz violenta en el pasillo diluyó la inspiración. Luego de confirmar que la voz era real salí para ver lo que sucedía. No recordaba haber bloqueado los cuatro cerrojos, por lo que tiré de la puerta varias veces como un estúpido antes de descorrerlos y poder abrir. Transitando el pasillo y desde el fondo venía un hombre que parecía ofuscado. Lucía cabello desordenado, barba de por lo menos cinco días y ropas viejas. Al pasar a mi lado murmuró:
- ¡Suerte idiota!
No dije nada, el sujeto continuó su camino y habló una vez más antes de salir.
- Estoy harto de este lugar.
La mujer no pareció molestarse y siguió con sus ocupaciones con la tranquilidad de siempre. Cuando el sujeto hubo salido la joven susurró:
- Ya veremos.
La Solistería no destacaba por la gran cantidad de clientes, y sin embargo la mujer parecía segura de que el sujeto volvería. Por un momento pensé que en realidad había otros visitantes en el lugar, solo que la casualidad los ocultaba de mi vista.
De cualquier manera, los problemas entre la recepcionista y otros clientes no eran mis problemas, por lo que fui hasta el piso de arriba para distraerme. Necesitaba otro cuaderno, los que tenía en la habitación estaban escritos en su totalidad. Decidí darle una nueva oportunidad al televisor.
La habitación en penumbras seguía en su lugar, con la diferencia que ahora se escuchaba un leve sonido. Aguzando el oído concluí que lo que se escuchaba eran gemidos, gemidos de una persona. El sonido era desgarrador, y a medida que pasaban los segundo el horror comenzó a latir en mí, helándome la sangre. Busqué desesperado algún indicio de humanidad en la pantalla, pero fue en vano. Con el ánimo turbado apagué el televisor, sumido en un terror indecible. Cómo podían transmitir escenas tan patéticas. Era ridículo.
La náusea brotó de repente y quise vomitar. Recogí el cuaderno que había dejado en el suelo y descendí a paso rápido la escalera. Cuando llegué a la recepción maldije el hecho de no recordar donde se encontraba el baño.
- Al final del pasillo, puerta izquierda.
No tuve tiempo de agradecer a la mujer y corrí hacia mi objetivo. Entré a los tropezones, dejé el cuaderno a un costado y me dispuse a vomitar en el inodoro. Sólo ahí comprendí lo inútil del intento, no había comido nada desde mi llegada a la Solistería. El flujo de arcadas se tornó asfixiante, y pensé que el estómago me saldría por la boca. El estómago permaneció en su lugar, las arcadas se detuvieron y me desvanecí a un costado del inodoro con una alegría infantil.
Todavía confuso por la circunstancia reflexioné sobre el hecho de no haber ingerido comida durante tanto tiempo. El hambre se había ausentado durante los últimos días, algo no estaba bien.
No se en que momento llegué a la habitación. Estaba exhausto y solo pude dormir.

El incendio era caótico, mi casa natal se destruía y no podía hacer nada al respecto, estaba pegado al suelo. La escuela a la que alguna vez asistí se encontraba inexplicablemente frente a la casa, y al lado de la escuela la academia de teatro. El fuego se expandía al tiempo que Rubén, mi profesor de teatro, gritaba con frenesí que el calor es parte de la vida y tarde o temprano llega. Comencé a llorar desconsolado, no entendía nada, y luego de ver a Rubén hablando excitado lo golpeé en la espalda pidiéndole que se callara. Su gesto fue de confusión, como si no comprendiera el desastre que se desarrollaba. Pasado el momento de sobresalto sus ojos se agrandaron y me observaron excitados. Comenzó a gritar:
- Es que vos no entendés. La destrucción es necesaria, sino como hacemos para empezar de nuevo.
- Rubén, mi casa se quema.
- Pero tu casa no es tuya, es de los que te la dejaron. Tu casa es otra.
Sus palabras entraron por un oído saliendo por el otro y como era evidente que no Rubén no razonaba insistí:
- Rubén, escuchame bien, esa es mi casa y se está quemando, junto a la escuela y a tu academia de teatro.
Con mirada paciente se fijó en mí y luego de unos segundos volvió a exaltarse contemplando el desastre y susurrando:
- Yo sabía, yo sabía.

Afortunadamente desperté, no era más que una pesadilla. Aliviado me senté en la cama y dejé pasar los minutos. Mi cabeza era un volcán de sudor.
Ni bien me recuperé se escucharon golpes en la puerta. Con la irritación en bandeja abrí y encontré a la recepcionista que con alegría dijo:
- Hola compañero, espero haya disfrutado la noche. Despídase de su habitación, tengo una mejor para usted.
Si hubiera hablado desde la emoción en ese momento el conflicto hubiera sido instantáneo, pero asentí.
- Salga, relájese, que la mudanza de cuarto está en mis manos.
- Bueno, gracias. Solo déme unos minutos para recuperarme del sueño de anoche.
- ¿Feo sueño?
- He tenido mejores.
- No se preocupe, siempre se puede soñar peor, agradezca que todavía puede soportar las pesadillas.
La jovialidad con que habló no hizo más que irritarme, pero antes de que pudiera protestar la mujer dio media vuelta y se dirigió a su puesto de trabajo.
Sentí grandes deseos de salir de la posada, pero en cuanto llegué a la puerta una fuerza extraña me retuvo. De cualquier manera no había más que desierto en los alrededores, nada para ver, nada para hacer.
Nuevamente en el piso de arriba decidí pensar. ¿Por qué mi casa se quemaba? ¿Qué hacía Rubén en el sueño? ¿Cuándo fue la última vez que visité a mis padres? La pirámide lejos de disminuir, se elevaba.
Mientras reflexionaba, en el piso de abajo, la mujer tarareaba lo que parecía música clásica, interrumpiéndose de tanto en tanto para murmurar frases cortas, como hablando sola, y aunque puse atención no pude determinar que era lo que decía. A esta altura yo tenía desarrollado un estado de irritación tan grande que hasta la caída de un alfiler bastaba para hacerme perder la compostura y harto de sus cánticos grité furioso:
- Señora, ¿puede cerrar el pico que intento pensar?
- Cómo no, amigo mío, disculpe la molestia.
A pesar de la rudeza con que hablé su respuesta fue amable. La normalidad de su respuesta no dejó de inquietarme, y llegué a pensar que mi actitud era algo que ella calculaba desde el momento en que comenzó a cantar. Pensándolo mejor, quizás ella percibía mi confusión y en realidad se mostraba alegre para tranquilizarme. De ser así su agudeza no admitía reproche, y lejos de tratarla de mala manera, debía estarle agradecido. Pediría disculpas al bajar.
De repente, pasos en la escalera me sorprendieron, pero la sorpresa fue aún mayor cuando la persona que apareció no fue la recepcionista sino un hombre alto y desgarbado luciendo un traje negro y un bastón en su mano. El traje era exageradamente grande y parecía colgarle de los hombros como en una percha. Su rostro pálido y anguloso esgrimía unos profundos ojos grises que me causaron un escalofrío. Sin decir una palabra se detuvo frente a mí y comenzó a registrarme de arriba abajo con actitud tranquila. Pensé asustado que podría ser el esposo de la recepcionista que venía a poner las cosas en su lugar. Pasaron los segundos y el escalofrío se transformó en un temblor aparatoso. Sentí deseos de salir corriendo, pero me pareció exagerado, no era más que un hombre. Intenté hablar, pero no pude, las palabras no salían, no tenía palabras en mente, solo la horrible sensación de incertidumbre. Por fortuna el hombre abrió la boca:
- Buen día.
El día no tenía nada de bueno pero contesté con automatismo:
- Buen día.
- Disculpe la demora.
- ¿Demora?
Sin contestar el hombre señaló el sofá ubicado a la derecha de la sala, al cual me dirigí y tomé asiento. Su figura era dominante. Hizo un gesto de aprobación y se acomodó en el sofá del costado contrario de la sala. Cruzó las piernas con parcimonia, apoyó el bastón a un costado del sofá, sacó una pipa, la encendió y comenzó a fumar. Estábamos separados por algo más de 4 metros, pero yo sentía que estábamos pegados el uno al otro, podía incluso sentir su respiración. Pareció leer mis pensamientos porque dijo:
- Como verá, no sólo el tiempo es relativo.
Yo no sabía que contestar, por lo que asentí con la cabeza. Tomó la posta una vez más:
- Por mi parte, no soy muy amigo de las ciencias exactas.
Fumó en silencio. Su calma era imponente, yo en cambio era un manojo de nervios y sólo pensaba en terminar con este desafortunado encuentro. Iba a despedirme cuando el sujeto preguntó:
- ¿Qué piensa usted sobre el tema?
- Disculpe, no se de qué está hablando.
- Por eso le pregunto, para que se lo cuestione.
- No estoy con deseos de pensar.
- Ah señor, pero si usted no piensa nadie va a pensar por usted.
- Disculpe, pero no me vienen pensamientos a la cabeza en este momento.
- Sin embargo este momento es cuando más los necesita.
Esto me desagradó por lo que decidí atacar.
- ¿Usted quien es?
- Eso no tiene importancia. Lo que intentamos saber aquí es quién es usted.
- No quiero ser antipático, pero mi nombre no es de su incumbencia.
- Ciertamente, no es su nombre lo que yo busco. De cualquier manera su nombre es como un presente de cumpleaños.
- Como usted diga.
- Yo creo que la vida es lo que pasa mientras uno duda. ¿Qué le parece?
- No sé, no lo había pensado.
- Píenselo, ¿está de acuerdo o no?
- Puede ser.
- Ah, ya veo.
- ¿Qué cosa?
- Ya veo porque estamos aquí conversando. Sin embargo usted está seguro de su nombre.
- Correcto.
- ¿A que ha venido a la Solistería?
- Eso es algo que me gustaría saber, no logro entenderlo.
- Sin embargo está seguro de su edad, ¿no es así?
- Naturalmente.
- Digamos que eso lo pensaron por usted, se lo dieron pensado.
- Si a usted le parece, por mi está bien.
- Me gustaría que pensara, usted solo, porqué está en este lugar.
- Es que no se me viene la respuesta.
- ¿Sabe una cosa? Los pensamientos son los diamantes de la época. Ya habrá notado que estamos en tiempos en que la forma ha sustituido a la esencia. Digamos que la forma respondía a la esencia y hoy en día la forma responde a la forma. Como un conjunto de construcciones que tienen por base la construcción y no los cimientos, de los cimientos nadie se acuerda. Hemos llegado a grandes alturas, pero no sabemos de donde venimos, cuales son los pilares que sostienen el interminable crecimiento. ¿Curioso no?
- ¿Y eso que tiene que ver con mi llegada a este lugar?
- Más de lo usted sospecha. Usted escribe lo que interpreta del pasado, su problema es de interpretación, su problema es interpretar. Yo creo que ha borrado usted su pasado a cambio de una interpretación del mismo. Y de hecho, habría que ver si realmente vivió su pasado. En síntesis, en cuanto a su presente, que también será su pasado, usted se ha olvidado de él, por lo tanto, usted ha dejado de crear. Bueno, ha sido un gusto.
Luego de ponerse de pie con dificultad el sujeto desapareció por la escalera. Me sentí aliviado. Su reflexión me dejó vacío.
Tomé la escalera y bajé. Me arrastré hasta mi puerta y destrabé los 5 cerrojos. Entré al cuarto tambaleándome de cansancio, me molestaba el hecho de caminar, me molestaba moverme. La ventana era tan pequeña que dudé que hubiese ventana alguna.
Instalado en la cama comencé a escribir. Ideas vagas asomaron, ideas cortas sin norte. Me costaba escribir y así estuve por un buen rato hasta que me resigné. Sentí que el escritor que en algún momento surgía en mí se había agotado. La indiferencia se hizo reina y no había nada para decir. Lo último que recuerdo haber escrito es lo siguiente: El presente es creación. Cerré los ojos.
Lo que sucedió después no puedo garantizarlo. Hay confusión. Estoy bastante seguro de que aumentaron los cerrojos y se fueron las ventanas. Murieron los árboles.
Creo que en algún momento desperté. Realidad, sueños, que más da. Me levanté y fui con desesperación hacia el piso superior, buscando un refugio para mi malestar. Entonces encendí el televisor. Si, encendí el televisor. Otra vez la misma habitación, sólo que ahora los gemidos tenían un correlato, un hombre en escena. Con la sangre helada pude distinguir al hombre que había prometido no volver a la Solistería. Y ahí estaba explicando los gemidos, dando coherencia, razonabilidad a esos gemidos, a esos gemidos reales ahora, a esos gemidos sin duda, esos terribles gemidos humanos. Una sensación enclaustrada en un hombre, una represión, un resentimiento. Sentí que su humanidad se agotaba en su vos y eso me paralizó.
También recuerdo los 3 golpes. Eso también está más cerca. Abrí los 7 cerrojos que me defendían del mundo. Era la recepcionista. Y yo, a esta altura, tenía que ser guiado. Me pidió que la siguiera. La seguí. Fuimos hasta la próxima habitación. Mientras abría la puerta me dijo:
- Creo que estamos listos.
Me dolía el cuerpo, como si mis huesos estuviesen a punto de explotar. Conté mentalmente los cerrojos. El click de cada cerrojo me idiotizaba. La música, que no se de donde venía, comenzó a tronar en mi cabeza causándome el malestar de los malestares. La mujer, en un tono innecesariamente siniestro comentó:
- Ahora somos lo mismo.
Comenzó a reír como trastornada. Yo no podía reflexionar. Sentí ganas de llorar, pero mi llanto se había secado.
Traspasé el umbral de la habitación y sentí la línea sin regreso. Volteé para ver la cara suficiente de la recepcionista, con ese gozo maligno que terminó por destruirme. Mi instinto hizo su último esfuerzo por sacarme de la habitación, pero mi instinto estaba encadenado. Una mano me empujó, la única posible. Caí de rodillas en el suelo, y cuando miré la entrada de la habitación vi lo que deseaba no ver. La recepcionista no tenía rasgos, lo único distinguible eran dos ojos vidriosos y transparentes, dos ojos que me congelaron, en un rostro sin forma, plano y asqueroso. El peso del terror aplastó mi cuerpo. Comencé a gritarle, pero mis gritos no gritaban, se perdían en la asquerosidad del rostro irreconocible de la recepcionista. La puerta se cerró, y eso fue todo para mí. Conseguí levantarme, y con las pocas fuerzas que me quedaban tuve la honradez de asegurar los 8 cerrojos.

22 septiembre 2012

La reina del reves

Aicila es una mujer que hace todo al revés de lo que piensa. Milita en su contrario. Pero a veces cuando se distrae hace lo que piensa, borrando toda confusión, anestesiando por un segundo cientos de horas errantes. Entonces se vuelve transparente. 

20 septiembre 2012

Cefalea

   Estuve escuchando a una mujer que habla sin parar, de todo opina, de cualquier palabra que uno alcanza a meter en la conversación arma una historia sobre sí misma y supongo que así lo hace durante horas y horas, pasando de un interlocutor (oyente) a otro. Me dijo que su único problema es que padece Cefalea

10 julio 2012

La hora del Astronauta

  Loco, actualizen este blog, tirense algo, una poesía, un chiste, un cohete, un martillo, una espátula, un radiador, un mate, una mina, los pelo. Viejo, esto parece el blog de una difunto, un difunto de la literatura barata, un difunto de la literatura pesificada. Dale vieja, tirate algo.

13 diciembre 2011

Desesperación

El infierno es el tiempo

11 diciembre 2011

Amor y Roma

Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Odiarás a tu prójimo como a ti mismo.

- La naranja también es un cítrico.- Contestó el verdulero chocando 5 con el Astronauta.

29 noviembre 2011

Principio - Precipicio

Esta es la lucha final
El abismo al que vuelven todos los pasos

Abajo está Roma, el vacío lleno, y hay que saltar.
Es tiempo de volver a Roma


-Silencio terrícolas, Roma la inventé yo.
- Volá de acá.- Contestó la mujer del Astronauta

12 noviembre 2011

El Hombre que no fue asesino Serial

El Hombre que no fue asesino Serial se siente muy reprimido, tan reprimido que no mataría ni a una mosca. Y es que pobrecito, nunca sabrá lo bello que sería para él matar, no podrá saberlo, porque nunca matará.
Alguna vez lo pensó, pero de tanto pensarlo lo mató la duda. Entonces decimos que la duda es la mujer más peligrosa; te domina, y ya no hay nada en el mundo que pueda superar la obsesión por la duda. Esto decimos los hombres, las mujeres se andan con otros cuentos.
Es útil comentar que las dudas se retroalimentan formando una duda cada vez más grande y dudosa, y que por culpa de ella, algunos hasta ponen en tela de jucio al mundo, llegando seriamente a dudar de su existencia.
La duda es la flor de la Teoría de la Relatividad, y también la semilla, pero sobre todo la flor.
La duda existe desde que el mundo es mundo, aunque algunos lo duden.
El Hombre que no fue asesino Serial fue capitalista ortodoxo, pero no es lo mismo que ser asesino serial, aunque cueste establecer diferencias. Porque digamoslo, los pro-capitalismo son en general rubios, o les gustaría serlo. En cambio, los asesinos seriales son en general morochos, o les gustaría serlo.

El Hombre que Apuesta

El Hombre que Apuesta cree que mientras más apueste por partidos de futbol, más feliz será. ¿Sino porque carajo apuesta? Entonces va a apostar y pierde. Entonces piensa "Si hubiera apostado más veces seguro que ganaba" y obviamente concluye "Cierto, si apuesto más ganaré". Mientras tanto va pensando en lo lindo que sería ganar plata sin hacer nada (incluso ha considerado como última opción, la posibilidad de presentarse a elecciones presidenciales en Argentina), y se motiva diciendo "De una, el día que la pegue me hago millonario". Y yo le digo "¿vos decís? Disculpe usted, ¿lo puedo tratar de vos?"
Bueno, apuesta un par de veces, unas 4 apuestas separadas. Pierde las 4 y piensa que ha sido estafado. Ha sido estafado por si mismo, entonces se odia, y se insulta, desconfía de sí mismo cuando se dijo que apostar más veces le daría resultado y comienza a idear un plan perfecto sobre como apostar para ganar, cómo violar al sistema. Entonces se da cuenta que debe apostar mucho dinero por 3 equipos "seguros" por separado, digamos 100 euros a cada uno, lo que es decir 300 euros en total.
Un equipo empata, los otros 2 pierden. "Que mala leche", piensa, y se lamenta porque lo que ha pasado es algo totalmente imprevisible, y que justo fue él el que sufrió. Piensa "Esto no sucede 2 veces seguidas, la próxima apuesto igual y seguro que gano". Y lo hace, y pierde 2 apuestas y gana una al mismo tiempo, y en el saldo total termina perdiendo 100 euros. Y obviamente piensa "Dos veces mala leche, esto es increible!". Y obviamente piensa "La próxima es imposible que pierda, sería demasiado"
Y es demasiado, el apostador vuelve a perder. Entonces en este momento las personas tienen 3 caminos para seguir, y según el camino que tomen se convertiran o no en apostadores.
1. Meter el costo de apuestas en su balance contable (como la factura del gas) y hacerlo por montos pequeños y por diversión con una cosquillita todos los días al mirar los resultados de la jornada.
2. Jugarse la casa en las apuestas porque quieren comprarse otra casa.
3. Darse cuenta.
Aquél que elija la respuesta número 2 podrá ser apostador. Las otras dos respuestas, con diferentes graduaciones, son respuestas atinadas, pero sólo por ahora y siempre y cuando los apostadores no sean mayoría de la población.

El Gay que arma Cigarrillos

El Gay que arma Cigarrillos me pide a la noche que desocupe la mesa, la única mesita que hay en el cuarto del hostel, en el cual dormimos esta noche 7 personas de diferentes nacionalidades. Tiene la maquinita armadora de cigarrillos y se ha comprado también unos "cigarrillos vacíos", que se llenan con tabaco y con la maquinita se prensan, y voilà, un cigarrillos de tabacco armado igual a un cigarrillo industrial.
Por las noches, antes de dormir se baña con una pomada parecida al "Atomo desinflamante". Y de repente, las camas son como encías, y nosotros 7 dientes reposando en ellas, dentro de una boca sana y mentolada, y aunque no se duerme bien, uno despierta sintiéndose un chicle gigante que camina dentro de una caja de chicles que es el mundo, la ciudad, el baño de la pieza.
Porque al final, si de espacios se trata, de espacios y no de ciudades o barrios, la ciudad es un espacio más grande que el baño de la pieza, pero son 2 espacios. Entonces New York es un espacio más grande que mi baño, aunque como espacios, tienen cosas en común, como por ejemplo el aire. Porque si de aire hablamos se complica para definir tamaños.
Para vender una casa podriamos decir "En esta casa entran cuarenta kilómetros de aire", o como sea que se mida el aire. "Ahhh, es una casa grande". Y por supuesto pensaríamos que estos son los famosos "locos del aire", y bueno, logicamente ellos pensarian que nosotros somos los no tan famosos "locos de la superficie". Y yo nos diría a todos que efectivamente es una cuestión de democracia y que se preparen para vencer en las proximas generaciones.
Yo prefiero mirar el mundo en partículas de buena fe. Me parece que el agua, el aire y las superficie son cosas que a veces no sirven al ser humano en tanto ser existencial. Y todos me dirán que como la buena fe es algo casi imposible de encontrar, mi forma de ver el mundo sería tan inútil como dedicar una vida al estudio de camellos voladores. Y yo les diría que cambiaría todo lo hecho por ver al menos un camello volando.
Y el gay que arma cigarrilos me diría "¿Gay o no gay?".
Y diríamos tantas cosas que si las escribo todas no habría nada para decir, porque conocido el futuro no tendría encanto vivirlo.
En todo caso, la falta de asombro es causada por una superlativa capacidad de imaginar futuros posibles. Es una capacidad tan nefasta que algunos se atreven a definirla como incapacidad. Depende.

02 noviembre 2011

El Policía que trata mal a la Gente

El Policía que trata mal a la Gente, no lo hace por convicción, ni por placer, lo hace porque así la gente piensa que lo hará. Aunque cabe la posibilidad de que trate mal a la gente porque es pelado. Aunque en teoría ser pelado no tiene nada de malo, en la práctica parecería ser diferente. Sino ¿Porque el policía pelado trata mal a la gente?
Hay pelados que tratan bien a la gente, pero solo cuando son pelados voluntarios. Los pelados son doblemente pelados cuando dicen las cosas de frente, así como hay pelados que lo que no tienen en la parte superior de la cabeza lo tiene en la lengua, y se andan a los secretillos con otros pelados.
Hay pelados que creen que la clavicie es una enfermedad como la bulimia, entonces van al psicologo con la convicción de que cuando arreglen sus problemas emocionales comenzarán a ver y percibir el pelo nuevamente.
Hay pelados que sueñan que no son pelados, pero luego se despiertan.
Hay pelados que sueñan que son pelados que sueñan que son pelados. He tenido sueños donde un pelado me dice que no es pelado, por lo tanto los pelados además de ser pelados son mentirosos, por lo menos en sueños.
Hay pelados que creen que como existen lugares dedicados a la recuperación del cuero cabelludo, deberían existir lugares para el cuidado de la calvicie, que presten atención a las necesidades de una pelada sana y atractiva.
No es fácil ser pelado de verdad, primero que nada se te tiene que caer el pelo.
Un pelado que conocí me dijo que no se le había caído el pelo, sino que lo había tirado en la calle porque le molestaba. Pero con ese pretexto en las calles habría tirados libros de autoayuda, suegras, discos de Natalia Oreiro, remeras de Boca Juniors, comentarios idiotas, verdura, cerveza Quilmes, empleados del gobierno, hinchas de Godoy, atún, una foto de Palito Ortega y todas las cosas que en general molestan a los seres humanos.
Hay pelados que encuentran discriminatorio que a los pelados no se los discrimine, porque es un claro índicador de indiferencia hacia la gente sin cabello.
El padre del Policía que trata mal a la gente era pelado, y por un silogismo imposible de comprobar al padre del pelado no le gustaba Natalia Oreiro.

01 noviembre 2011

La mal llamada Mujer que tira Monedas

La Mujer que tira Monedas sostiene que aunque es cierto que las arroja, no las desperdicia, las invierte. Hoy me he cruzado con la mujer y mientras yo tocaba "All you need is love" en un andén de la Estaciçon de Trenes de Foggia, se ha acercado, me ha dicho "hace frío" y ha arrojado, no tirado, una moneda en mi funda.
La mal llamada mujer que tira monedas ha invertido 2 euros en mi, ha sonreido, y se ha ido caminado con aire alegre.
Las monedas reunidas en cantidades se pueden cambiar por billetes, y los billetes en cantidad se pueden cambiar por billetes de más valor, por casas, autos, libros y otras cosas útiles según el caso del comprador. Es posible tener monedas y billetes, ninguna ley lo prohibe. Incluso se puede tener monedas, billetes, cheques, tarjetas de crédito y otras cosas, todo simultáneamente. Las monedas son pesadas en comparación con los billetes. Los billetes son pesados en comparación con el aire.
Para comparar el peso entre dos cheques hay que instruirse sobre la tinta que ha utilizado el firmante en cada uno de los objetos en cuestión. Entonces lo que habrá que tener en cuenta es el firmante, la tinta y la forma de apoyar la lapicera. Desgraciadamente la comparación de peso de cheques es una actividad poco útil desde el punto de vista del lucro, por lo tanto no es muy difundida.
La comparación de peso de cheques es sostenida por aficionados, por eso no es considerada un deporte olímpico, por eso y por otras cosas obvias. La comparación de peso de cheques es algo que se lleva en la sangre.
Existen muchos tipos de lapiceras. Un aficionado experto en comparación de peso de cheques tiene normalmente en casa al menos 500 tipos de lapiceras de todo el mundo, con las cuales practica y compara firmas, posiciones, apoyaturas y estilos.
Salvo que el cheque sea por un valor extremadamente bajo, en el 99 % de los casos pesará menos que el dinero al que representa.
El dinero se usa generalmente para comprar cosas, pero no está prohibido usarlo para rellenar almohadas, almohadones o tortas.
La mujer que tira moneda que debería ser llamada la mujer que invierte monedas prefiere las monedas a los cheques, dice que como pesan más uno toma conciencia del verdadero valor del dinero, que el dinero fraccionado en partes le hace tomar conciencia de lo que gasta, que la importancia de un cheque no coincide con su aspecto inofensivo.
Sin embargo, los músicos callejeros añoramos que la mujer que tira monedas se amigue con el concepto cheque, que digamos...haga la vista gorda a la realidad confusa del cheque, y en lugar de tirar monedas tire, invierta, arroje cheques en blanco.
La mujer que arroja cheques en blanco es el sueño nunca cumplido del músico callejero perezoso.

El Jefe de la Batuta

El Jefe de la Batuta maneja el ritmo. Cae parado, siempre parado. Tira y afloja, y hace tirar y aflojar. Convence a todos de su ritmo, de lo cierto de su ritmo. Gesticula situaciones.
El jefe de la batuta es también un jefe en su vida. Cuando llega a casa se pone mandón. "¿Y donde está la comida?" "¿Donde está juancito?" "¿Porque hace tanto frío en la casa?" e incluso "¿Porque hoy es martes?".
Cuando va a comprar es imponente.
- Deme un paquete de cigarrilos.
- ¿De cuales?
- Acá la s preguntas las hago yo.
Hace mas de 15 años que no consigue comprar nada de lo que realmente quiere comprar.
El jefe de la batuta dice que es romano, y yo digo que es verdad.
El jefe de la batuta, si la batuta no existiera, dejaría de ser jefe. El jefe de la batuta dejaría de ser jefe si otro jefe lo reemplazara. El jefe de la batuta, si batuta significara hotel, sería dueño de un hotel, o jefe de servicio, o cualquier otra cosa. Por útimo un cliente respetado, pero jamás jefe de la batuta como si batuta significara lo que antes de este párrafo significaba.
La jefatura de batuta es un trabajo digno. Pero como para todos los que trabajan al revés, para el jefe de batuta los días fuertes son los findes de semana. Y el lunes, cuando la mayor parte de la gente anda a las patadas, el jefe de batuta se pasea en pijamas, juega un fulbito con amigos, cocina manchándose con tuco y mayonesa, duerme la siesta con los botines puestos y fuma dentro de la casa.
Y cuando las familias se reúnen a comer los domingos, el Jefe de la Batuta se come un ensayo con la batuta. Ensayan para la actuación de la batuta en un colegio a beneficio de la presidenta Cristina Fernandez de Kirchner, que ha demostrado que hay otras formas, además de la lotería nacional, de ganar dinero sin hacer nada.

La Mujer que da Direcciones

Recién llegado a Melfi me encontré con la Mujer que da las Direcciones. La que decimos...y sus clases de como caminar. Me ha observado con comprensión. Comprensión que viene de sus experiencias familiares, sí, seguro que sí. Llegar a un lugar vacío no es lo mismo que llegar a un lugar con esta mujer. Llegar a un lugar no es lo mismo que llegar a un lugar y que justo la mujer no estuviera, o sea, es otro vacío.
Esta mujer es generosa. No se cansa de dar direcciones. Se diría que le causa placer hacerlo. Esta mujer es informada, al menos en materia de direcciones, pero es claramente una autodidacta, se nota a la legua cuando da las direcciones. "Hacés el codito", "donde topa","Doblá a la derecha porque te tragás la casa" y cosas parecidas que obviamente no pertenecen al vocabulario de un doctorado en direcciones. Un doctor en direcciones habla en metros, en grados, un doctor en direcciones debe saber otras cosas para obtener el título. No se trata sólo de dar direcciones.
Un doctor en direcciones sabe el código de direcciones de memoria al derecho y al revés, en braile y en sánscrito. El examen te lo toman un habitante del antiguo imperio romano, un azteca que participó en la construcción de la primera pirámide azteca, un dinosaurio, una serpiente bilingüe. Y todos sabemos que los animales, si no exponés con claridad, si no lo tenés bien memorizado y lo decís con coherencia, los animales no te entienden. El azteca y el romano están siempre en pedo y lamentándose por el fracaso de sus respectivas comunidades en el pasado. Contáselo a los Griegos.
Yo le digo al romano que la romana es una nacionalidad muerta, como sucede con el Latín en el tema lenguas. Pero el romano, este romano, no habla latín. Latín es una palabra hueca para él, como la palabra presidente para nosotros los argentinos.
Pero a la mujer que da direcciones esto le parece superficial. Ella no ve nacionalidades, no ve imperios, no ve colectiveros, no ve taxistas, no ve porteños, no ve asesinos. Ella ve seres humanos necesitados.
La señora que da direcciones se estresa del solo hecho de pensar que no llegarás a destino. Se mortifica recordando algunos errores del pasado, como cuando una mañana de resaca la detuvo una automovilista que venía vestida de monja. La monja le preguntó sobre la dirección de la iglesia del pueblo, y la señora que da direcciones, mientras daba las directivas había cometido 2 equivocaciones fatales, debido al mareo, que derivaron en la muerte de la monja luego de caer con su automovil en un precipicio. Porqué 2 girar a la izquierda no son lo mismo que 2 girar a la derecha ¡Que terrible accidente!
Creo que ya es hora de tomar en serio la posibilidad de una guía de direcciones que desbarate el monopolio de las guías telefónicas.

El Hombre Estafado

El Hombre Estafado ha sido, sin remedio, estafado. Cien pesos, 200 pesos, 1 figurita, un caramelo, siempre estafado, con grados, pero siempre estafa.
Dentro de la categoría figurita pueden ser de cualquier coleccion de figuritas que halla existido, las de album con premio y las sin premio.
Pero dentro de los caramelos caramelos, cuaquiera que sea dulce, de entre 2 y 4 centímetros y que la envoltura sea roja...tirando a blanco.
- Hola señor quiosquero, tiene un caramelo dulce, de entre 2 y 4 centímetros y que la envoltura sea roja...tirando a blanco.
- No, mhijito. Esos caramelos son personas!!!
- Ah, no me cree sociable?
- En verano si.
- Saludos a su mujer.
- Te quiero.
- Si.
El hombre estafado es siempre estafado. Pero quien ha jodido sus cuentas es su propio estafador, su do, el primero, él mismo.
Y en cualquier momento le prohibirán incluso ser estafado y o estafarse.
El hombre estafado es racingista, te saluda de chilena. Se afeita dibujando columnas verticales en la geta. Y que no le hablen del diablo, el hombre estafado es cristianísimo. El hombre estafado cree que Dios es de Racing, sino no lo dejaría entrar a la cancha, porque los racingistas aseguran que Dios tiene un palco en la cancha de Racing.
El apasionado hicnha de racing cree que la palabra racing significa raza, y lo atribuye a que supuestamente Racing es un equipo seguido por negros, personas de color tirando a oscuro. Nos referimos claramente a los africanos racingistas. "El único club americano con hinchas en Africa" dicen. Hay que ver si realmente Africa existe o es una creación de nuestra imaginación.

La Mujer que habla por Cerveza

La mujer que habla por cerveza me pidió 20 euros prestados. Había conocido gente que escuchaba por cerveza, pero que hablara...
No va a conocer hombres y se toma una cerveza. Va a conocer hombres para poder tomar cerveza. Capito? Se viste, se peina y se pinta los labios para una cerveza que la espera cada noche en el bar. A todo esto la cerveza ni enterada. Ha descubierto su prostitución, una prostitución digamos líquida.
La mujer que habla por cerveza calla por borracha. Solo así calla.
Cuando no tomaba, digamos hace unos 20 años, cantaba por helado.
Cantaba sobre todo canciones clásicas, y hasta se le animaba, pero solo a veces, al twist. Había que verla mover las cejas cuando cantaba, ¡que cejas significativas! ¿Y las manos? Mil señas por minuto, era una máquina de significar. Yo las letras ni las escuchaba, no me daba la capocha.
Mama mía, que dos meses de éxito. Se cantó todo hasta que la gente se aburrió, pero qué dos meses.
Entonces, la cerveza llegó a su vida...

El Hombre que bebió Demasiado

El Hombre que bebió Demasiado no conoce barreras. No es de rebelde...es que no las ve, se tropieza, se las traga. Y despues no se caga en las reglas, las caga, las caga el mismo. Y un reaccionario es aquél que se caga en las reglas cagadas del hombre que bebió demasiado, paseándose con papel higiénico y una escopeta con balas reyenas de leyes. Y como Demasiado caga las reglas recién pasadas por su intestino, y luego de cagar estas reglas, pretende imponerlas. Le parece correcto que todos se coman su caca, por ejemplo. Entonces el que no la quiere comer es un careta, o un racista o un zurdo.
El Hombre que bebió Demasiado estaba condenado desde niño. "Hombresito que bebió Demasiado, siempre es bueno tomar 2 litros de agua por día" le decía Doña Mujer que Bebió Demasiado.
El Hombrecito mentía al vecino, "Deje señor, yo le lavo la acera". Luego cuando decía que había terminado, el suelo estaba curisamente seco y sucio, como si nadie lo hubiese lavado. Hasta que un día, esperando el momento, nos escondimos con un par de vecinos para espiar como baldeaba el Hombresito que bebió demasiado. Y nos paralizamos al descubrir la espeluznante verdad que todos intuíamos pero que nadie se atrevía a pronunciar.
¡Había por lo menos 15 hombresitos que bebieron demasiado tomándose el agua de la manguera del hombre que confió en que le baldeaban la vereda!
Nos quedamos sin ganas de pecar. Quietitos, con el heroismo a 3000 kilometros de distancia que sólo se pueden hacer a pie.
¡Se tomaban nuestra agua! ¡Nuestra agua!
Se tomarían toda el agua del mundo, quién sabe en cuanto tiempo, quizás semanas. Había que inventar una bebida que impidiera tomar infinitamente para equilibar el consumo.
Si señor, inventamos la cerveza que también llegó a la vida del mundo y del Hombresito que bebió demasiado.
El Hombre que bebió Demasiado no sabe lo que es demasiado, de hecho nunca ha sabido cuanto es demasiado, es más, nunca se ha cuestionado su apellido. El piensa que su apellido es una palabra hueca como Lopez ¿Porque qué significa Lopez?
El hombre que bebió demasiado está mareado, pero ya no sabe cuando está mareado y cuando no, ni se acuerda de si realmente ha bebido. El hombre que bebió Demasiado, siempre que le preguntan si ha tomado verbaliza su apellido. La gente cree que está loco, no entienden porque contesta a tantas preguntas con su apellido. Pero cuándo le preguntan su apellido no hay dudas de que está cuerdo cuando contesta con un imponente "Demasiado". Nunca falta la chusma que afirma que no se puede saber con exactitud si cuando contesta Demasiado se refiere específicamente a su apellido o de hecho al adverbio. Pero es que algunos desconfían demasiado. Diferente a "Señor Demasiado, algunos desconfían".
El hombre que bebió demasiado puede pasar hambre, pero sed, nunca. Cuando le preguntan si bebio Demasiado, contesta "Si, Lopez" o "Si, Gomez" o "Si Goycochea"; dependiendo del apellido de la persona que se lo pregunta.
Es cierto que sufrir te hace fuerte, y por lo tanto estas confusiones fortalecerán al Hombre que bebió demasiado, y el lo sabe, pero a veces es demasiado.

16 marzo 2011

Los días en que las puertas se dejan abiertas

Comunicado extraído del “Boletín criminal”, Lunes 19 de agosto del 2009:

Por decisión de los ladrones y el resto de los ciudadanos de esta ciudad, conjuntamente, hemos sustentado por medio de votación popular la implementación del “Manifiesto Criminal” que será ampliado, con previa aprobación también por voto popular, a los fines de establecer un nuevo sistema de convivencia social que garantice el gobierno del pueblo y la correcta integración de los ladrones y los otros ciudadanos con el objeto de lograr la prosperidad y tranquilidad de todos. Tanto los ladrones como los ciudadanos son parte de esta realidad y ni unos ni otros desaparecerán con el tiempo. Considerando esto es de vital importancia procurar el equilibrio entre estos dos sectores antagónicos y conciliar posiciones. Esta regulación atañe a los conocidos como ladrones comunes que roban explícitamente, no incluyendo a las personas que roban con sus profesiones o trabajos a través de técnicas más complejas como el fraude, estafa y otros. Por medio de la presente edición del “Boletín criminal” damos a conocer la aprobación popular de la redacción del manifiesto así como también los primeros tres artículos de este que así disponen:
Art. 1: Quedan declarados como “días en que las puertas se dejan abiertas” los días Sábados, Domingos y festivos. Durante estos días los ladrones no podrán ejercer sus “labores de robo” bajo ninguna circunstancia. Queda, por otro lado, terminantemente prohibido que un ciudadano oponga resistencia a cualquier tipo de robo los días restantes de la semana.
Art. 2: La “labor de robo” es un derecho que pertenece a cada ladrón en los días convenidos. Los robos deberán realizarse sin métodos violentos y por medio del pedido explícito de las pertenencias al ciudadano que ha de ser robado. Cualquier método violento empleado por el ladrón será juzgado como incumplimiento de las reglas que este pacto impone y tendrá su pena también impuesta por voto popular. Lo mismo ocurrirá en caso de que el ciudadano objeto del robo oponga resistencia a las labores de cualquier ladrón.
Art. 3: La “obligación de guardia” de los ladrones es una obligación irrevocable para el que ejerza el robo como actividad. Esto significa que los ladrones serán los encargados de garantir la seguridad de los ciudadanos en los “días en que las puertas se dejan abiertas”. Esta “obligación de guardia” será ejecutada por el ladrón, mediante el merodeo de plazas y calles de las zonas cercanas a su domicilio y al asecho de cualquier irregularidad.

Lunes 23 de septiembre del 2009

La situación estaba por estallar en cualquier momento. Tantos problemas de violencia e inseguridad en las calles trajeron finalmente una alternativa. Es que la ola de asaltos en todos los sectores de la ciudad se había vuelto irrefrenable, generando el terror de todos los habitantes que ya no pensaban su futuro en años, sino en días e incluso hasta en horas, con la sensación de que una mala jugada del destino lo podía dejar a uno muerto por asalto en cualquier momento, en cualquier esquina. Así es, los robos violentos y a mano armada surcaban la ciudad como un maremoto que entra en los lugares más recónditos, deslizándose por las calles, por debajo de las puertas, derribando todo a su paso. Los crímenes ya no eran una mala pasada del destino sino una costumbre.
Antes cuando uno andaba por la calle y conocía a alguien lo normal era decir “soy Alberto, ingeniero, mucho gusto”, “soy Rubén, artista plástico”, “soy Pedro, carnicero”. Hoy en día y gracias al “Manifiesto criminal” basta con decir “no robo”, “robo” y el asunto se acabó. Si bien no es la alternativa que soñábamos, al menos sirve como bálsamo momentáneo al caos. Por medio de un comunicado, hace cinco semanas, el partido ladrón del país abrió las puertas a la prosperidad. En ellos confiamos sinceramente y esperamos que las cosas sigan así

Martes 24 de septiembre del 2009

Hoy fui robado dos veces. La primera apenas salía de mi trabajo a eso de las dos de la tarde y la segunda, en la esquina de mi casa luego de ir a tomar unas cervezas con Román y Gerardo, cuando oscurecía.
Salí de mi trabajo un poco cansado porque tuve que hacer algunas cosas que había dejado pendientes del día anterior y, y como no quería que me pasara lo mismo mañana, liquidé lo de hoy. Se me acercó un ladrón identificándose como tal, cosa redundante ya que vestía el “uniforme criminal”.
-Buenas tardes, soy Carlos, robo. ¿Trae usted algún aparatito de esos que sirven para escuchar música mientras camina?
-Creo que sí - Revisé por un momento mi mochila hasta que di con el mp3 en el bolsillo pequeño de adelante - Si, tengo esto, ¿le sirve?
El sujeto me pidió que le prestara el aparato para revisarlo. Tanteó con parsimonia las teclas, para reconocer las funciones del mini-equipo. Estuvimos ahí parados por algo de dos minutos hasta que preguntó:
-¿Tiene como grabar voces?
Nunca indago mucho en mis cosas de electrónica y se lo dije, no sabía pero podíamos buscar en el menú. Me devolvió el aparato y comencé a revisarlo mientras el sujeto decía:
-Fíjese usted si encuentra en el menú algún comando que sirva para grabar cosas, como en las grabadoras de entrevista. Sepa que yo además de ser ladrón soy también escritor, de esos que escriben por afición. Pero mi intención es que la afición se transforme algún día en profesión, para no tener la necesidad de robar. Lo que sucede es que con esto de andar robando por ahí acabo perdiendo todo el día y no hago tiempo para sentarme seriamente a escribir.
-Naturalmente - Contesté
-Claro, pero sin embargo creo que usted podría solucionar en parte mi problema.
No entendí muy bien a que se refería y pareció notarlo porque continuó diciendo:
-Entienda que muchas ideas para cuentos o novelas surgen cuando uno camina por la calle y ve situaciones, paisajes o comportamiento de algunas personas que generan en uno reflexiones. No siempre es así, también uno puede generar pensamientos en el sillón de su casa, pero en estos casos probablemente uno acuda a hechos que sucedieron unas horas antes, o unos días antes en la vida social.
-Correcto - Aseveré.
-Por eso mismo mi idea es la siguiente. Muchas veces me pasa que voy por la calle y se me viene un pensamiento a la cabeza, pero cuando llego a casa no recuerdo cual era ese pensamiento, entonces quizá si pudiera grabar la reflexión, una vez llegado a casa podría invocarla sin partirme los sesos haciendo memoria. ¿Usted cree que esto ayudaría a mi proyecto?
-Calculo que si, la verdad es que no entiendo mucho del tema.
Seguí procurando lo que el hombre quería hasta que dí con la función de grabación. Hicimos algunas pruebas hasta que comprobamos que el aparato servía para lo que él quería.
-Muchas gracias- dijo cuando se lo entregué - la verdad es que no estoy muy seguro de esto me ayude, pero gracias a usted voy a poder intentarlo. De todas maneras, si por algún motivo encuentro inútil el procedimiento de grabar mis pensamientos, le devolveré el aparato cuanto antes.
-Como usted quiera.
Pidió la dirección de mi casa por las dudas y se fue agradecido y sonriente con su nueva adquisición, con la promesa de regresarme el aparato si resultase inútil a su propósito.
Luego del robo pasé a buscar a Alejandra y nos metimos en el teatro del centro. La obra no fue muy buena que digamos, pero cuando salgo con Alejandra corro con ventaja, porque el solo hecho de estar con ella me entretiene lo suficiente y ya no me importa nada. La que entiende de teatro es ella. Dijo que la obra le pareció patética, y no en el sentido poético de la palabra. Anduvimos por la calle satirizando sobre los pésimos actores y nos tomamos un café frente a la plaza de la concepción.
A eso de las cinco nos separamos y me fui a reunir con Gerardo y Román en el bar “San Pedro”. Había un par de ladrones en la puerta pero no nos frenaron. Los ladrones tienen prohibida la entrada a los bares y por eso es que se quedan afuera esperando la ocasión. El bar estaba repleto y tuvimos que esperar un buen rato hasta que se desocupó una mesa. El bar “San Pedro” es muy cálido, con mesas pequeñas de madera, redondas y altas, y cuadros de cantantes y figuras del escenario en las paredes negras. Normalmente hay música en vivo y hoy no fue la excepción. Pero lo mejor sin duda es la cerveza. Venden cervezas artesanales de varios tipos y países. Nos pedimos una ronda de “negritas”. La cerveza negra es la que más nos gusta y nos metemos una buena cantidad cada vez que vamos al “San Pedro”. Estuvimos conversando de los robos y de mujeres, de los robos un poco y de mujeres bastante. El bar estaba plagado de mujeres bonitas y localizamos a tres solas en una mesa cercana a la nuestra. Román, ídolo natural de las féminas, decidió avanzar. Fue hasta la mesa-objetivo, entretuvo un rato a las mujeres y luego nos llamó con un movimiento de su mano. Román nunca falla, si fuese vendedor de seguros, su empresa fundiría en una semana a la competencia. Ahí conocimos a Lucía, Andrea y Marcela. Me gustaba Lucía. Tenía un intenso pelo negro, rostro redondo, una nariz pequeña bien moldeada y ojos verdes. Marcela, una rubia modelo y Andrea era la hermana de Lucía, pero era como la más tranquila del trío, no aportaba mucho a la conversación.
Por suerte para mi, ninguno de mis amigos se interesó por Lucía, quedé con el camino libre para conocerla. Para dejar claro mi interés, hice algo que me pareció divertido, simplemente me puse de pie, tomé a Román del brazo, y lo reacomodé en mi antiguo lugar. Terminada esta operación me ubiqué al lado de Lucía, en el lugar que había dejado Román, al tiempo que ella, ruborizada y sorprendida, me observaba con curiosidad. Hacer tonterías en honor a la seducción nunca es una tontería, y pocas veces da errado. Hablamos de películas y filosofía, pero me costaba mantener la concentración. No paraba de imaginarme a Lucía, desnuda, parada frente a la ventana de mi cuarto mientras la miraba desde la cama. No se si Lucía también se lo imaginó, pero cuando se lo comenté dijo que le parecía coherente, aunque sospechaba de que hubiera ventana alguna en mi cuarto. Le propuse que fuéramos hasta mi casa para mostrarle la ventana y aceptó. Nuestra estadía en el bar duró lo que dura caliente un café y mientras nos poníamos de pie Román dijo, entre risas para todos los presentes, que él se tomaba las mujeres en serio, no era cuestión de hacer las cosas a las apuradas y que un hombre romántico como él sabría esperar. Nos despedimos deseándole suerte en su melodrama y salimos del bar.
Llegando a mi casa, cuando doblábamos la esquina, aparecieron dos ladrones y nos detuvieron. Tenían barbas de por lo menos tres semanas y vestían bastante mal. Nos preguntaron si teníamos algo para comer. A lo que contestamos obviamente que no. Luego uno de los sujetos dijo:
-Conozco un lugar a dos cuadras en el que venden empanadas, podrían acompañarnos.
-Si, como no – Contesté.
Como el “Manifiesto Criminar” prohíbe robar dinero pensé que lo de comprar comida era una muy buena idea. Nos contaron que vivían en la vieja estación de tren y que la pasaban bastante mal, pero de todas maneras se las ingeniaban para no morir. Llegamos hasta la rotisería y luego de comprarles una docena de empanadas y una cerveza nos despedimos. Llegamos con Lucía finalmente a mi departamento. El departamento es pequeño, pero barato y eso me gusta. Entrando a la izquierda hay una pequeña cocina, al frente una sala de estar con dos sillones, una mesa ratona y estantes con libros. A la izquierda de la sala está mi cuarto, que no está más que separado virtualmente de la sala. Puse algo de música, nos tomamos un par de vasos de vino y nos quedamos conversando. Nos besamos en el sillón y luego nos trasladamos a la cama. Hicimos el amor y después Lucía comenzó a jugar con la idea de la ventana. Le dije que no era necesario que lo hiciese, pero me contestó, al tiempo que se dirigía hacia la ventan, que había venido a casa por la ventana y que lo demás era secundario. Una vez alcanzado el objetivo se dispuso a observar hacia fuera simulando solemnidad.
-¿Así está bien?- Preguntó. No pude más que contestar:
-A vos cualquier ventana te queda bien.
Nos miramos divertidos y volvimos a hacer el amor. Se fue alegando que no era de mujer decente amanecer en casa de un desconocido el día después de la primera cita. La felicité por su buen criterio y aseguré que su honor quedaría intacto. Nos dimos un beso de esos que valen la pena y se fue.

Comunicado extraído del “Boletín criminal”, Lunes 30 de septiembre del 2009:

Art.4: Queda terminantemente prohibido el robo en locales de entretenimiento y entidades educativas. Entiéndase como locales de entretenimiento bares, restaurantes, salas de billar, discotecas, casinos, club de deportes, academias de actividades deportivas y todo lo que se le parezca.
Art.5: Los ladrones roban por necesidad y no por gusto. Por lo tanto ningún robará algo que no necesite. En caso de hacerlo será sometido, mediante denuncia, al tribunal del pueblo.
Art.6: Queda terminantemente prohibido el robo de dinero, cualquiera sea su procedencia.
Art.7: El tribunal del pueblo quedará compuesto por los habitantes que tengan sus domicilios en el radio de cinco cuadras del ladrón acusado.

Sábado 4 de septiembre del 2009

Desperté al recibir una llamada de Alejandra. Eran las seis de la mañana y realmente fue una cosa inoportuna de su parte. Si bien estaba medio sonámbulo cuando levanté el tubo, el tono agitado de Alejandra consiguió despertarme del todo.
-Hoy no he podido dormir, estuve toda la noche pensando.
-¿Que pasó?- Atiné a preguntar
-Juan, ¿yo te gusto?
Me causó curiosidad su pregunta y simplemente respondí con otra:
-¿Porque me preguntas eso?- Con la voz todavía agitada dijo:
-Vos contestame, ¿te gusto o no?
-Mirá Alejandra, somos amigo, me gustas porque sino no seríamos amigos.
-Pero yo te hablo como mujer, ¿vos me encontrás bonita?
-Yo creo que si, sos bonita.
-No mientas.
-No miento, sos bonita físicamente y la verdad que también bastante atractiva, sobre todo cuando te pones así.
-¿Entonces porque si nos conocemos hace más de tres años nunca intentaste seducirme?
-No se Alejandra, no se me ocurrió.
-No, decime la verdad - Encontré una salida posible al torpe cuestionamiento:
-No se Alejandra, recordá que yo te conocí cuando éramos compañeros en la universidad.
-¿Y que tiene que ver?
-Tiene mucho que ver, por ahí si te conocía en un bar hubiese intentado seducirte.
-¿En serio?
-No se, calculo que si.
-Ah bueno, gracias Juan, disculpame si te desperté. Me voy a dormir porque estoy muerta, te mando un beso.
Tengo un sueño muy liviano y una vez que despierto estoy frito, así que simplemente me puse a pensar en cosas para hacer. Ya que estaba despierto tan temprano preparé un desayuno para reyes, con tostadas, manteca, queso, galletas, leche y café. Después agarré un libro de Mario Levrero y leí hasta que me vinieron ganas de Lucía. Quedamos en encontrarnos en un café a tres cuadras de casa. Hoy no roban y eso esta bien.

Consejos apócrifos

La seducción se ha vuelto algo tan rutinario y sistemático que paulatinamente ha perdido el encanto. Por eso es que hemos decidido desarrollar un compendio de consejos para romper este tedio cotidiano al que cada vez estamos más expuestos. Creemos que el seductor, debido a la liberalidad de las relaciones sexuales actuales, ha perdido su carácter de valiente y obstinado para ser considerado un simple ser humano que atiende sus necesidades básicas y las de la mujer u hombre que simulan ser seducidos. Esto es causado así mismo por la época en la que vivimos en que seducir ya no es algo complicado, si no más bien un hecho predecible al que el seducido prácticamente ya no opone resistencia alguna. Dicho esto, queda establecido que hoy el valiente no es el que seduce sino el que no seduce o evita ser seducido. Basta decir, antes de desarrollar nuestra exposición, que si usted es una de esas personas todavía interesadas en el hecho de seducir, le recomendamos que abandone esta lectura revolucionaria y se ponga a leer una de esas novelitas eróticas donde el que trae la pizza, el mecánico, el bombero, el policía, el plomero o el hombre del cable no son más que hombres viriles o mujeres hermosas que luego de solucionar el problema por el que han sido llamados, tendrán la gentileza de acostarse con usted, y todo incluido en el precio de la reparación.

Las dos caras de la moneda

Las posiciones en esta encrucijada son relativamente simples. Por un lado tenemos el seductor (Activo en la seducción) y por otro lado la persona a ser seducida (Pasivo en la seducción). Estos papeles pueden ir invirtiéndose a medida que la conversación o relación se encuentran en proceso. Pero para no complicarnos empezaremos tocando la parte pasiva del asunto respondiendo a la siguiente pregunta:

¿Cómo no ser seducido?

Al acercarse una persona del sexo opuesto demuestre tedio, nunca indiferencia. Preguntar a la persona que se acercó que quiere o porque habiendo tantos lugares o espacie libres viene a ponerse justo al lado suyo, puede ser un muy buen comienzo y muchas veces un buen final. Pero como ya dijimos lo importante es demostrar tedio, hosquedad. Cuando decimos que no hay que comportarse con indiferencia es porque esto puede generar la sensación de desafío en el rechazado, o peor aún, implantarle la idea de que usted simplemente está fingiendo esa indiferencia, lo que trae emparejada en el otro la convicción de que usted finge desinterés para darse importancia y coquetear. La indiferencia no tiene cabida en nuestro proyecto, no en la circunstancia de los encuentros casuales o primeras citas. De todos modos este tema será ampliado ya que en determinadas circunstancias la indiferencia puede traer sus frutos. Pero esto lo veremos cuando se toque el caso de cómo ser abandonado por una persona con la que ya llevamos algún tiempo en pareja.
Existe otra situación bastante popular muchas veces escogida por las personas para producir un acercamiento. Es el caso de las miradas sugestivas. Cuando alguien intente esta mirada con el objetivo de llamar su atención repúdiela. Esto se puede hacer de distintas e infinitas formas pero le daremos una o dos con las cuales empezar. No alcanza con hacer el distraído, porque eso podría dar lugar a confusiones y reintentos por parte del otro. La primera opción es simplemente hacer un gesto de negativa con su dedo índice que comunique “no, mire para otro lado porque a mi no me interesa nada con usted”. La otra opción, que es sin duda la más recomendada, consiste en comportarse de manera grotesca como por ejemplo lanzando un escupitajo o rascándose las axilas. La lista de posibles groserías es interminable, sea creativo. Es importante dejar en claro que el gesto grotesco se dedica a la otra persona, no puede haber lugar a malos entendidos.
Como siempre lo haremos según el caso, daremos para cerrar este capítulo, la opción de emergencia. Esta opción no debe ser utilizada sino como último recurso y se resume en injuriar a la otra persona por medio de gestos o palabras. Ejemplos miles aunque vale decir que su dedo anular puede ser un compañero ideal en estos casos. Bailar mal, fingir el borracho o el estúpido, tropezar, romper cosas son simples variantes de las técnicas de no seducción por ahora expuestas. Esto es todo lo que podemos decir en lo que concierne a encuentros casuales.

¿Como no seducir?

Actúe como si nadie le importara, y absténgase de mirar a persona alguna. Lo infalible para ejecutar esta misión es mantener la vista hacia el suelo ante la amenazante cercanía de persona alguna. No es necesario ahondar en esto por ahora, las cosas están bastante claras.

Encuentros inducidos

Puede suceder que el encuentro no sea aleatorio sino causado por usted para poner en práctica estos conceptos. Sepa que la seducción es patrimonio de la sociedad y es algo difícilmente evitable, por lo que la no seducción es solo posible a través del entrenamiento cotidiano. ¡Y otra cosa!, hay diferentes grados de no seducción. Una vez trabajados algunos aspectos esenciales de nuestra doctrina, la no seducción puede transformarse en algo maquiavélico y lúdico al mismo tiempo, tentando a la vida usted puede generar los momentos para no seducir.

05 enero 2011

La pecera

Respirábase la bohemia ya desde afuera. La nube de humo flotando sobre las mesas a través del vidrio otorgaba al bar su típico tinte fantasmagórico. Este bar era el lugar que yo frecuentaba para distracción luego de la jornada laboral, pero sobre todo para refugiarme en sus cuatro paredes eludiendo por gratos instantes la intemplanza del rugido social que caracteriza a las ciudades.
Siempre he pensado que estas cuevas guardan similitudes con peceras donde el tiempo desplegado en forma lenta y perezosa se deja arrastrar sin rumbo, encapsulado en la atmósfera confusa, espesa. Los clientes, algunos ebrios hasta más no poder y otros, con sus rostros aletargados explorando el profundo mar de pensamientos, desenvuelven un espectáculo ocioso. Así también los movimientos revisten una modorra somnífera, lo cual tiñe a nuestra pequeña realidad con un aire relajado semejante a cuando observamos el vuelo de aves a gran altura. Por ultimo la luz tenue, en una agonía interminable que torna cansina la visión, aportan cierta mística a la escena. Todo ocurre en una pequeña pecera. En este ámbito propicio para la bebida y la reflexión los concurrentes permanecemos durante horas virtualmente paralizados escarbando los confines del sentido de la vida.
El antro, ubicado a pocas cuadras de mi casa, es fiel testigo de borracheras memorables. Algunas en las que he sido protagonista estelar y otras cuando ocupé el rol de simple espectador. Lo cierto es que, con la constancia digna de un militar, asisto día a día entregándome dócil al efecto sedante del alcohol.
Desde el umbral di un vistazo rápido recorriendo el panorama que mostraba las ya conocidas cuatro paredes blancuzcas y apáticas que nos separaban de la calle, albergando ocho mesas desarregladas, ubicadas en forma radical, símbolo fehaciente de la informalidad del sitio. Habiendo tres mesas ocupadas, elegí una que yacía libre lindando con la pared de fondo y caminando a paso acelerado para evitar la atención de los clientes tome asiento. Esta ubicación permitía una especie de aislamiento que tranquilizaba, ya que mi timidez crónica hacia embarazosa la sola posibilidad de ser observado, y con esto reducía probabilidades. El humo rancio que generaban los cigarrillos mal apagados era reconfortante, sumergiéndome en una especie de ensueño.
La mirada del cantinero, como de costumbre, hacia caso omiso a mi llegada. Este era sin duda el detalle negativo del lugar; y es que a pesar haber tenido innumerables ocasiones para conversar, el individuo no parecía simpatizar conmigo por razones que desconozco. Con el paso del tiempo entendí que el no tenia la mas mínima intención de que esto cambiara, y lo hacia sentir. Sus ojos deambulaban al azar, un azar que casualmente nunca favorecía mis deseos. Debo reconocer que no mostraba interés alguno por complacer a nadie, solo que en su lista de preferencias era evidente que yo me encontraba relegado al último lugar. Ese desinterés generalizado del hombre estaba, según mi opinión, ligado a la monotonía de su profesión, no era más que un pez con ojos ensombrecidos escrutando la nada. La indiferencia se prolongó insoportablemente hasta que agitando la mano logré que se acercara con desdén.
- ¿Hola, hace mucho que está esperando? -
- Solo un par de minutos -
- No lo vi entrar -
- No se preocupe, no fue tanto -
A pesar de estar habituado a su juego hacia un leve esfuerzo para no escupirle el hartazgo, ya que estas exactas frases se repetían en cada uno de nuestros encuentros verbales. Así como ocurre cuando cruzamos en la calle a algún conocido que contesta automáticamente sin ni siquiera pensar lo que esta diciendo, el “bien” “todo tranquilo” son frases establecidas e inocentes, podría decirse que ni siquiera son voluntarias. Pero si a esto le sumamos la ironía del mesero la cuestión se torna insoportable.
- Que le gustaría tomar -
Consintiendo su supuesta ignorancia y con la intención de establecer una cordialidad ahora verdadera pregunté:
- ¿Qué puede ofrecerme? -
- Lo de siempre -
- Entonces tráigame lo de siempre -
Saboreando la humorada creí que finalmente se rompería el hielo entre nosotros. Iluso de mí, esperé durante segundos eternos su reacción, la cual nunca aconteció. El despiadado rostro se mantuvo inerte, ridiculizándome. La densidad de la situación me aplastaba disminuyendo angustiosamente el margen de error. Busque desesperadamente algo de alivio seleccionando con cautela las palabras y agregué en tono suplicante:
- O mejor una ginebra -
- Ah -
Volteó dejando la humillación en el aire. Era dominante, ejercía ese absurdo poder que podría definirse como “vocación de control en el dialogo”, una forma de imponerse que ocupa como herramientas la parquedad y la intimidación en la voz, mejor todavía si se aplica una mirada furtiva. Este idiota era experimentado. Cada vez que esto sucedía sentía ganas de escapar caminando sin más, aunque ahora entrenada la tolerancia soportaba con resignación el entredicho. Expectante quedé al momento de acercarse la ginebra, imaginando divertido que aparecía de la nada volando hacía mí, como un milagro celestial, aportando romanticismo al acontecimiento. Llegó en silencio, y alegre observé al sujeto retornar a su posición estratégica. Bebí prolongando el sorbo para disfrutar el calido placer de la garganta quemándose.
Repartidos en forma anárquica había otros parroquianos. A mi derecha se ubicaba un hombre alto, desgarbado, sus ojos frenéticamente abiertos denotaban cierta perversión. Parecía estar buscando algo con desesperación, o quizás a punto de hablar apasionadamente. Era imposible pasar por alto su nerviosismo inquieto, electricidad pura esperando la oportunidad de canalizarse. Modelando su vaso en forma ansiosa generaba en mí una simpatía manchada de humor. Cambié el foco de atención divisando a otros dos sujetos que mantenían una conversación irregular entre silencios, frases cortas y alguna carcajada aislada. Curioso detalle era el acuerdo que sus miradas firmaban tácitamente, aunque este se rompía durante las partes no habladas, haciendo el distraído. En estos casos si sus ojos chocaban, rápidamente dispersaban el contacto visual con una urgencia aparatosa, desmedida. Completaban la concurrencia otros 2 ejemplares. Uno de hombros contraídos y mirada perdida en algún horizonte. Este ser solitario y ensimismado denotaba frustración, angustia desmedida. Por ultimo sentado en la barra estaba quien yo apodaba Ramírez “el dormido”. El sobretodo marrón oscuro era una fija en él, como también la cabeza gacha inspeccionando la copa y mascullando un monologo interminable. No recuerdo una sola ocasión en que este individuo faltara a su cita de los atardeceres en la pulpería. El camarero era su eventual receptor. Esto no era de gran trascendencia y cuando el mozo se dirigía hacia las distintas mesas “el dormido” dedicaba el balbuceo a alguna persona invisible frente a él. Su boca aparentaba ser victima de una balada sin intensidad, prácticamente secreta. Recuerdo la plática que alguna vez mantuve con él, más bien un soliloquio:
“…Claro, lo único claro es que podría estar en prisión chupando un clavo durante horas, o en un campo de golf lanzando con buen tino y nada cambiaría. Prefiero el licor ya que al menos me deja dormir tranquilo. ¡No me interrumpa! Es curioso que todo el dinero que junté con mis actividades solo me conceda este placer barato hasta el día de mi partida hacia lo que espero sea una alucinación perpetua. El sueño reviste esa sensación de flotar, amar, odiar; cosas que en la vigilia carecen de total fuerza. No sería más que una idealización de la existencia, una existencia que desde la vigilia es imposible de llevar. Trasládese a un teatro donde los personajes juegan a darle color a este mundo tan poco romántico y conmovedor, predecible y absurdo. Ese color solo es posible en la representación y el sueño. Entre el sueño y la lucidez se encuentra lo que llamo “vigilia dulce”, en que uno no esta despierto, pero tampoco dormido, nada se puede tocar ni hacer, pero sentimos la calida sensación de inmensidad. Si bien uno cae en éxtasis, no se alcanza a cristalizar la ficción del soñar. Lo irónico de esta etapa es que ni siquiera le prestamos conciencia cuando definitivamente es el laboratorio más idóneo para el arte. El arte proyecta la máxima utopía, y la vida es una prueba irrefutable de este imposible. Entonces porque no morir olvidando esta burda y malhumorada realidad donde las cosas nunca son lo que uno espera. Piense por un momento que la vida es solo un tétrico paisaje que debemos atravesar para que la maquiavélica dama, que todo lo ha previsto, avance con su manto lúgubre finalizando este sinsentido al que hemos sido condenados, dando al menos algo de coherencia a este estúpido y efímero tránsito …”
Terminado su razonamiento lanzo una carcajada electrizante. El acento estridente de su mueca me paralizó. Por vez primera enfocó su indignado rostro hacia mi persona elevando el tono:
-¡Ahora aléjese, no ve que no puedo tomar tranquilo! ¡Y de todos modos ya dije muchas insensateces por hoy!
Concentrado nuevamente en su vaso quede parado sin saber que hacer o decir. Resolví regresar a la mesa. En el trayecto no podía faltar una última declaración inundada de repulsión y gritó:
- ¡Valla a acostarse, no desperdicie su tiempo! -
Seguido esto por una melancólica risotada. Su notable pesimismo no admitía fronteras.

De esto hacía ya mucho tiempo. Por si acaso nunca más dialogué con él. Tampoco volví a escucharlo hablar tan compenetrado como en aquel incidente. Colthrane era expulsado por los parlantes de la maquina de música y con su aparente antiestética sonora hacia desaparecer el entorno, desdibujando la realidad, derrotándola. Ingerí otro poco de ginebra. La temperatura del cuerpo ascendía acusando la dosis alcohólica. La rítmica de la noche se volvía mas pausada al tiempo que las ideas comenzaban a flexibilizarse inmersas en la apacible calma que paulatinamente me subyugaba. Me alegré de súbito al ver a Mauricio, acérrimo amigo, ingresando al tugurio. Era una posibilidad con la que yo siempre contaba y muchas veces el único motivo para concurrir. Con este simpático compañero de trabajo encarnábamos tertulias hasta altas horas de la madrugada alternando sonrisas, confrontaciones y complicidades. Su andar reflejaba un cielo templado, la suave tranquilidad en transito. Inspeccionó el lugar sin reprimir un movimiento de cejas expresando gozo por el encuentro, estableciendo un pacto visual que nos apartaba del contexto. Similar a lo que acontece en un escenario cuando las luces, penetrando la oscuridad, se posan exclusivamente sobre el radio de los actores aislándolos en el espacio. Como si el destino premeditara reuniones trascendentales en el aparato musical repiqueteaba la generosa trompeta de Louis Armstrong y su “Maravilloso Mundo”. Luego de los saludos de rigor tomó ubicación a mi lado y no pudo ocultar un ademán campechano al escuchar mi relato sobre “el dormilón”.
- Lo cual no es tan ilógico, lo que tú consideras oro, no es para el mas que un metal que lejos de brillar es una peso innecesario de cargar. Y si estableciéramos una proporcionalidad inversa, a medida que la vida va perdiendo sentido, la muerte se fortalece como una tentadora solución.-
- Entonces este sujeto es un cobarde - Arremetí. - Porque todos sabemos que quitarse la vida no es algo difícil de hacer -
- Si así fuera, cobarde sería la convicción, no los motivos. En definitiva no sería mas que un problema de resolución y porque no de comodidad. La comodidad que a este sujeto le dificulta la acción del suicidio no sería más que un reflejo de su más profundo temor, como lo son muchos de nuestros actos. Por lo tanto, la deshonestidad hacia si mismo condiciona su amarga existencia. No hay nada más cíclicamente alienador y desalmante para los seres humanos que el confort, así esta pereza va poco a poco deshaciendo la esencia misma en nosotros. Como un pincel que puesto en retroceso borrara poco a poco la obra de arte enigmática y sutil que somos, para quedar vacíos finalmente, desdibujando incluso el lienzo donde yacíamos y volviéndonos transparentes, sin dolor. Y esto amigo mío, si que es la muerte en vida, por que la mirada es máximo exponente de nuestras alegrías y desdichas. Agobiante es saber que muchas veces el terror se pliega en la raíz de nuestros procederes, el pensamiento, lo cual es aún peor, por que pensamiento cobarde no merece acción alguna, solo una desesperación agónica interminable. Ya que quien no vive la vida, desconoce lo que se muere.
- Entiendo lo que decís, solo que no comprendo como este sujeto es incapaz de ver la belleza ante sus ojos. El trabajo, los amigos, la vida toda. Es solo una cuestión de sentido común.-
- ¡Ja! El sentido común. El sentido común no es más que una inútil creencia en las estadísticas de una supuesta mayoría, que no es tal, respaldando ciertas hipótesis de cómo las cosas deberían ser o hacerse. Lo que este magnífico concepto expone es lo que haría cualquiera en lugar de este sujeto, pero su genialidad pasa por alto esta simple pregunta ¿Que haría él en su lugar?, algo que nunca sabremos. Esto implica que la delirante construcción lógica omite la obviedad de que cada persona es diferente a las otras basándose en la ecuación robótica que indica que cuando alguien asiste a un velorio debe llorar, con sus amigos debe reír y así hasta agotar posibilidades. Ésta, otra torpe conclusión ya que el espectro de situaciones que presenciaremos es inagotable cada vez que vivimos fuera de los libros. Shakespeare es un gran dramaturgo, y muy apasionante por cierto, pero su hermoso relato nunca será vivenciado con exactitud, y solo con algo de fortuna la realidad podrá asemejarse, pero nunca repetir el texto letra por letra. Dando lugar a historias más intensas y otras menos, pero no iguales.
Nos vimos interrumpidos por el de ojos saltones que se ubicaba a mi derecha cuando sorpresivamente comenzó vociferar:
- ¡Mas locos y menos lobos, más locos y menos lobos! - Al tiempo que su tono era cada vez más potente, de una hilaridad insoportable.- ¡Más locos y menos lobos está por arribar! -
La sonrisa de oreja a oreja poseía sus alaridos desbocados, poniendo a prueba mi paciencia. En otra reacción inesperada el chiflado salió disparado hacia la calle tropezando con lo que había en su marcha trastornada hasta que desapareció sin mas explicación. Enigmática condición la de un desequilibrado para el cual el ánimo nace, mure, renace, muere y así sucesivamente en un desequilibrio interminable. Ya sosegado reparé en el inconfundible y cálido sonido de la risa de Mauricio, que sereno reanudaba la conversación.
- Elocuente exposición la del lunático. ¿No crees?
Dejó flotar la pregunta retórica por unos segundos, y prosiguió:
- Sublime demostración de intensidad la que nos ha regalado. Evidentemente has quedado aturdido, pero si observas a los demás concurrentes podrás notar que ni siquiera han prestado interés al episodio. Parecen estar acostumbrados a este sujeto, lo cual paradójicamente hace de su actitud, una actitud algo normal ante ellos, y en el peor de los casos una cosa divertida. Esto nos hace recaer en la inevitable deducción de que la locura no es más que un término espacial y temporal. Cuantos profetas actuales sufren por este rótulo, cuantos artistas se ahogan en el alcohol buscando el elixir que les permita evadir tal inscripción en su pecho, en una patética resistencia obligada, la salida menos tortuosa. Con el simple consentimiento de las masas sucedieron la crucifixión de Jesús, la inquisición, las ejecuciones de Hitler y otras normalidades en sus respectivas épocas. La vida de Jesús, este sacrificado protagonista de un dramático cuento de hadas, nos deja un claro mensaje, el cual a pesar del tiempo no hemos logrado captar. Volviendo al trastornado, muchas veces pienso que esas supuesta insanía reprimida que todos poseemos es la causa del aburrimiento en que estamos sumergidos.
- Según mi parecer este es un pobre perturbado mental y nada más que eso. Sería ridículo defender su extravagancia. ¿Cómo pretendemos aspirar a algún tipo de orden comunitario? ¿Cuál será su próxima locura?
- Curiosa terquedad erguida la que muestras. Piensa que la represión de los impulsos puros nos hace comunes, ordinarios. Lo cual lleva a una aventura, si es que merece tan digno nombre, muy sencilla y de resultados inmediatos, conocidos y de bajo riesgo emotivo. Pero el bajo riesgo es complementario con la pobre gratificación resultante. Solo la soberbia, combinación de arrogancia con ignorancia, pude hacernos llamar locos a los demás con la intención de blasfemar, ya que el prodigioso sentido común, que en este caso sirve a nuestro motivo, opone loco a normal. ¿Y no es acaso normal lo contrario a extraordinario? Y siguiendo esta premisa ¿no es acaso el loco un ser extraordinario, no envidias su intensidad? Ahora observa a aquel otro hombre.-
Mauricio señalaba al de hombros contraídos y mirada angustiada que yo había captado al pasar apenas empezada mi incursión en la ginebra.
- Otro misterioso humano ahondando en los abismos de lo que parece ser una crisis nefasta. Ese abismo donde el hombre se observa, duda, desafía, desata su furia, apacigua y finalmente comprende o al menos concilia la realidad con sus deseos. Un fenómeno asombroso, y a la vez una muestra innegable de lo cambiantes que podemos ser. Correcto sería que sabiendo esto debamos descartar cualquier tipo de encasillamiento de la personalidad. Las sensaciones de alegría, tristeza, furia, envasadazas por nuestros magnificentes científicos nunca permitirán dilucidar el origen preciso de estos cambios anímicos. Es por eso que estos genios de laboratorio no hacen más que perder el tiempo buscando la clave de la perfección del hombre, muchas veces en la razón, olvidando que nuestra naturaleza es más bien imperfecta y dinámica, lo cual nos hace impredecibles e irracionales en muchas ocasiones. Deberían dejarle al alma lo que es del alma, y a la razón lo que es de la razón. Es un juego bastante arrogante subestimar a la especie por medio de la generalización, aunque la ciencia lo encuentre divertido. Lo que no saben es que habiendo destruido todos los mitos de la historia han dado con el más incorruptible de todos: El hombre y su pensamiento. Describir lo infinito del cielo es imposible, pero querer tocarlo con las manos raya con una imbecilidad intolerable -
Con sorpresa vimos repentinamente al chiflado reingresar por la puerta, ahora tomado de la mano de una mujer madura, de aspecto sombrío y rostro rasgado estoicamente, ese gesto adusto que describe años de dura batalla desembocando en la representación de una templada frialdad, imposible de pasar por alto. Mi mente divagó por un breve lapso fantaseando que el lunático apremiado por la dama, que podría ser su madre, había vuelto a pedir disculpas por su arrebato de minutos antes. Lo que ocurrió después no guardó ninguna relación con mi entretenida imaginación. Tomaron la antigua ubicación, ella con la firmeza en el rostro mientras el se mantenía ensimismado. El letargo del hombre se esfumo en un santiamén al tiempo que se puso de pie. La mujer lo rodeó con sus brazos impidiéndole moverse. El hombre detuvo el forcejeo de un momento a otro. Se quedaron ahí parados, inmóviles, mirándose con furia. En un momento en que ella se distrajo aflojando sus fuerzas el sujeto realizó otro intento por soltarse, sin resultados satisfactorios, hasta que finalmente mordiendo una mano de la reclutadora el rehén escapó iniciando una vez más su conocido repertorio oral:
- ¡Más locos y menos lobos, más locos y menos lobos está por arribar! -
Simultáneamente emprendió la huida, que no era tal, ya que su trote se limitaba al interior del bar. Éramos invitados de lujo de la persecución insólita que ambos interpretaban. Caían sillas, mesas, botellas, pero nada parecía capaz de detenerlos. Los clientes advertían excitados la contienda al tiempo que a coro acompañaban:
- Más locos y menos lobos, más locos y menos lobos está por arribar. –
Algunos erraban de vez en cuando debido al desbordante frenesí que los inundaba, reanudando el cántico para, ahora si, evitar desajustes que importunaran a los demás. Buscaban la perfecta pronunciación, pero por sobre todo una melodía armoniosa y ordenada. Trabajaban solidariamente para lograr un sonido uniforme.
- ¡Más locos y menos lobos, más locos y menos lobos está por arribar! -
Compartían miradas de júbilo apremiándose con regocijo, parte todos de una sinfonía trastornada. Sus rostros infantiles iluminaban gozosamente la escena. Pensé que estaban satisfechos, habían logrado el efecto sonoro propuesto. Pero lo mas absurdo estaba por acontecer. Tropezando con una mesa el fugitivo se precipitó cayendo bruscamente al suelo. Dándole alcance, la mujer, comenzó a propinarle golpes de todo tipo, primero con los pies y luego, agachándose, con los puños ejecutaba una verdadera paliza al tiempo que la concurrencia ahora con palmas continuaba con sus cantos:
- Más locos y menos lobos, más locos y menos lobos está por arribar.-
El tumulto era ensordecedor. La fémina, cumplido su objetivo, enfiló hacia la salida evaporándose envuelta en aplausos. La victima quedó tendida inmóvil respirando con dificultad. Nos acercamos para darle auxilio pero a fuerza de manotazos imposibilitó cualquier buena intención. Cansado ya de tan insalubre circunstancia le pedí a Mauricio que abandonáramos el lugar, a lo que accedió sin demora.
Caminamos en silencio durante gran parte del trayecto, inmersos en nuestras reflexiones. De tanto en tanto nos mirábamos sonriendo levemente. La luna estaba resplandeciente aportando claridad a la noche. Siempre he creído que mis cavilaciones alcanzan su punto justo durante la oscuridad, la psiquis adquiriendo su máximo esplendor. Es como si el día entregara, mediante las percepciones, sus delicias a nuestros sentidos, pero es la noche quien guarda los secretos de la introspección. Durante el recorrido tropezamos con Javier, otro compañero de trabajo, que desde la acera de enfrente nos saludó agitando su mano, a lo que respondimos de igual manera. Al llegar a mi casa nos despedimos. Quedé esperando el abrazo de Mauricio que solo me brindó un tibio saludo verbal y una vez que mi camarada desapareció prorrumpí en un llanto desconsolado. Luego me dominaron los deseos de reír, y así lo hice dejando escapar una potente carcajada. Entré a mi hogar y fui directo hacia el sofá de la sala de estar. Concentré mis últimas energías en mi afición predilecta, la pecera sobre la cómoda, hasta acabar dulcemente dormido.