03 enero 2014

El invierno inevitable (cuento)

- ¡Chicos, parece que llegó el abuelo!
Mi abuelo llegó una vez más de Colombia y cuando entró a casa nos quedamos todos mirando las valijas para ver si traía las cajitas. Como se dio cuenta de que estábamos todos pendientes del equipaje hizo un par de chistes sobre el tema y nos obligó a esperar un poco antes de mostrar. Esto es típico de sus regresos. Luego de saludarnos se puso a conversar con los adultos de la casa fingiendo que se olvidaba de nosotros, pero siempre observando de reojo el equipaje, el cual devorábamos en silencio. Estos son los casos en los que a mi me gustaría tener vista de rayos x para traspasar la tela y saber que hay detrás, pero una vez más mis ojos fallaron. La ansiedad era mucha, porque los tres hermanos no podemos imaginar lo que sería un mes sin la correspondiente cajita de calor, sería insoportable. De todos modos cada uno tiene algunas cajitas de reserva.
Luego del acostumbrado jueguito de espionaje el abuelo finalmente sacó las cajitas diciendo:
-Martincito, Jorgito, Rubén, acá tienen sus cajitas.
-Gracias abuelo.
- No las desperdicien porque cada vez está más difícil pasar por la aduana sin que me las quiten.
- Si abuelo
Me quedé mirando la cajita con una felicidad que no me sale decirla. No se que hicieron mis hermanos pero yo fui corriendo a mi cuarto y puse la cajita en la cama para contemplarla. Era tan linda que daban ganas de besarla, y la besé. Cuando pasó el primer encuentro tomé la cajita, la abracé muy fuerte y la acomodé sobre la mesa de luz.

2

El invierno cala hondo en los huesos. Mamá dice que cuando hace frío es porque Dios está triste. Evidentemente a Dios le cuesta recuperarse de las cosas, incluso más que a muchas personas, porque yo no he viste a nadie que la tristeza le dure tres meses. Pero es que también Dios no se la buscó fácil, hay que aguantarse a tantas personas pidiendo y pidiendo. Lo que no podemos solucionar es el llanto de Dios, pero por suerte llora pocas veces en Mendoza, solo cuando está tristísimo, incluso durante el verano.
Mi papá cuando está triste no llora, pero si duerme mucho, y me cuenta que durmiendo la tristeza se queda sin saber adonde ir, y después se duerme con él. Si, él dice que la tristeza se cansa de divagar y se duerme. Cuando despierta se olvida porqué estaba triste y simplemente se alegra.
Por suerte para mí, yo siempre estoy en verano, o por lo menos nunca sufro el frío. Cuando se utiliza con inteligencia, la cajita de calor puede durar hasta un mes, dependiendo de la dosificación que se haga. Pero eso no es problema, porque mamá la tiene clarísima y va midiendo las cantidades diariamente. A mis dos hermanos, que son mayores que yo, ni siquiera los controla porque ya son grandes y tienen que saber manejarse solos. De hecho, el otro día me garantizó que cuando cumpla los doce años (ahora tengo diez) también voy a poder hacerme cargo de mi cajita. Yo lo quiero pero al mismo tiempo no lo quiero, porque la verdad es que da miedo la responsabilidad, pero por otro lado uno se siente grande cuando la tiene.

3

Hoy a la tarde salí a jugar con Lucas. Mi amigo parecía un muñeco de nieve de tanta ropa que vestía. Cuando me preguntó como hacía para andar en remera le conté orgulloso que el abuelo acababa de traer nuevas cajitas con olor a menta. Me pidió un poquito de calor para las manos y le di la cajita para que sacara. Después la guardé en mi cuarto y nos fuimos por ahí oliendo a menta. Anduvimos por el barrio molestando a las viejas que regaban las aceras, jugamos un rato a la pelota con otros chicos e hicimos barquitos con hojas y los echamos a navegar por las acequias. Cuando se hacía de noche volví a casa. Luego de que mamá me regañara por traer los pantalones sucios cenamos en familia y me fui a dormir temprano, mañana había que ir a la escuela.

4

Me desperté para desayunar con la esperanza de que este fuera el día. Es que hace mucho tiempo que esperaba que la señora de la cajita de Jorge se sacara lo último que le quedaba. La mía estaba adornada con jugadores de futbol de River, pero la de Jorge tenía una mujer que estaba casi sin ropa. Rubén me contó que cuando Jorge pegó la calcomanía de la mujer, al principio estaba totalmente vestida, incluso hasta chaqueta tenía. Pero con el paso del tiempo y por el mismo calor de la cajita la señora se había sacado poco a poco la ropa hasta quedar sólo el corpiño y la bombacha. Aunque me daba un poco de vergüenza, yo me hacía el tonto y durante los desayunos miraba de reojo para ver si por fin se sacaba todo. Yo quería saber que había detrás, y la curiosidad era más fuerte que la vergüenza. Terminamos de desayunar y la mujer no hizo nada, que mala pata.
Cuando me dejaron en la escuela caí en la cuenta de que iba a ser una mañana helada. Por causa de esto apelé a la cajita de calor como unas cinco veces durante el transcurso de la mañana. Y aunque sabía la que se me venía en casa no lo pude evitar. Con eso de la doctrina del ahorro (como la llama papá) no se acepta derrochar nada, y menos el calor de las cajitas, porque traerlas de Colombia es complicado. Como era de esperar mamá y papá se enojaron conmigo pero lo que me dejó confuso es que en medio de la reprimenda se les escapara una que otra carcajada. Yo no sé, pero los adultos son bien raros. De todos modos les prometí que nunca más lo volvería a hacer.
Después de las reprimendas el abuelo se acercó a hablarme:
- Vení Martincito, vamos al garaje que te voy a mostrar algo.
- Pero es que tengo que hacer la tarea primero.
- Yo después te ayudo, ¿de que es la tarea?
- De matemáticas.
- Bueno, creo que algo me acuerdo. Si no, lo llamamos a Einstein y le preguntamos.
- Bueno.
El abuelo es más piola que nadie, siempre me ayuda con la tarea. Eso si, lo hace a escondidas porque si mamá se entera nos mata a los dos.
Cuando llegamos al garaje el abuelo me dijo que la magia en la vida es como la sal en la comida. Como se da cuenta que no entiendo mucho cuando habla así de raro me dice que memorice sus palabras porque algún día las voy a comprender, y yo así lo hago. El abuelo habla lindo. Después de la frase de la sal comenzó a señalar unos baúles:
- Mira Martincito, estos son mis baúles de calor.
- Ah. ¿Y porque tenés tantos?
- Lo que pasa es que por ejemplo, este de acá es de calor brasilero. El calor brasilero cuando te lo colocás baila por el cuerpo. Sentís un cosquilleo que te da ganas de reír y bailar. ¿Sabes porque?
- No, ¿Por qué?
- Porque el calor es una parte de nosotros, y la gente que vive en Brasil piensa que la vida es bailar y divertirse.
- Y como, ¿no van a la escuela?
- Si, pero eso lo hacen para educarse, no para vivir. Para aprender a vivir ellos primero aprenden a reírse.
- Ah.
- Este que está acá está lleno de calor boliviano.
- ¿Y como es el calor boliviano?
- Es tan mágico como el brasilero, pero es una magia diferente. Cuando te lo pasas por el cuerpo se te viene una sensación de inmensidad a la cabeza. Entonces no parás de sentir que estás en un en un mundo lleno de fuego y gentes saltando y cantando melodías ancestrales.
- ¿Que son melodías ancestrales?
- A ver, viste las flores. Primero se planta una semilla, y luego nace la flor.
- Si.
- Bueno, ¿pero de donde te creés que salió la semilla?
- Y, no se.
- La semilla viene de otra flor, y esa otra flor viene de otra semilla de una flor anterior.
- Ah.
- Bueno, las flores anteriores son los ancestros de la flor que hoy esta naciendo.
- Ah.
- Entonces eso quiere decir que la flor que hoy esta creciendo tiene partes de las flores que vivieron antes que ella y que dieron la semilla para que ella nazca. Por lo tanto, es como si fuera un conjunto de flores en una sola flor.
- Ah.
- Bueno, y los bolivianos son como una flor que nace todo el tiempo.
- ¿Y los argentinos?
- Ah Martincito, nosotros somos como un bosque repleto de muchas flores que vienen de flores de todas partes del mundo, no de una sola flor. Ya ni se de que flor venimos.
- Mmm, ¿y eso es mejor?
- No, es diferente, nosotros tenemos muchos ancestros que ni siquiera conocemos.
- Que raro.
- Si, ¿pero sabés que es lo importante?
- ¿Qué?
- Que nosotros somos los ancestros de las personas que van a venir después.
- Ya entendí.
- Que bueno, a mí me tomo muchos años entenderlo. Entonces, para que no se olviden de nosotros, tenemos que recordarles a todos quienes somos, qué nos hace ser una flor especial y qué diferencia hay entre nuestro calor y los calores de otros países. ¿Entendés?
- Claro abuelo…¿pero como hacemos eso?
- Y, si vos te ponés un calor colombiano en el cuerpo, tenés que saber que es un calor prestado, porque vos tenés tu propio calor, que es argentino. Pero además de ser argentino, tu calor es único entre los argentinos.
- Ah. ¿Pero y en invierno donde se va mi calor argentino?
- Está como latente, como dormido. Pero está ahí, lo tenés adentro escondido.
- Uf, menos mal.
Hablar con el abuelo es muy divertido, sobre todo porque nunca me regaña. Tiene también calores australianos, ecuatorianos y españoles. Mientras me mostraba los baúles no abrió ninguno, porque como tienen tanto calor adentro, apenas uno los abre se dispara el calor para afuera. Para que esto no pase el abuelo tiene una manguera que evita las fugas de calor, y cuando yo sea grande me la va a regalar.
Cuando terminamos con los baúles nos sentamos a hacer la tarea. Luego de dar un vistazo, el abuelo, como no se acordaba de cómo eran las matemáticas, trajo el teléfono para llamar a su amigo. Según el abuelo la llamada al cielo iba a ser cara porque era de larga distancia, pero llamó a cobrar. De todos modos dijo que siempre hay tiempo para pagar las deudas con el cielo.
- Hola, ¿La casa del señor Einstein? ¿Podría hablar con Alberto? Alberto, ¡Que haces hermano! ¿Como anda la relatividad? Escuchame, vos sabes que estoy con mi nieto y no sabemos como resolver unas divisiones.
A mi me daba no se que, ¿Qué iba a pensar el Alberto de mí? Yo creo que el abuelo se dio cuenta que me puse incómodo porque guiñaba el ojo para tranquilizarme.
- Si Alberto, lo que pasa es que no tenemos calculadora, el pibe tiene diez años y no le dejan usar calculadora. Martín, ¿Cómo es la división?
- Ciento veinticinco dividido cinco.
- Ciento veinticinco dividido cinco, ¿Cuánto da? Dale Alberto, no te hagas el pelotudo y decime. Anotá Martincito, da veinticinco. Gracias hermano, cualquier cosa te llamo después, y a ver si soltás la calculadora y nos tomamos unos tragos por ahí. Ah, disculpame por llamarte a cobrar, lo que pasa es que ando sin un mango, y arreglate el pelo, parecés un payaso.
Parece que la ayuda de Alberto refrescó la memoria del abuelo que no tuvo problemas para resolver las otras divisiones. En el momento en que mamá apareció en la “sala de estar” preguntó que estábamos haciendo. El abuelo contestó que estábamos hablando de la vida. Para mí que mamá no se lo creyó, porque miraba los cuadernos con cara de sospecha. Por suerte para nosotros dijo que estaba apurada y que iba a la tienda a comprar las cosas para la cena. El abuelo se pasó la mano por la frente y me dijo:
- Uh, nos salvamos por un pelito. Porque si descubre lo que estábamos haciendo…
Pasado el momento de nerviosismo nos reímos un rato, como los brasileros.
El abuelo se fue a dormir porque tenía sueño. Como la tarea estaba lista me fui a jugar con Lucas. A veces me dan ganas de regalarte una cajita y creo que uno de estos días lo voy a hacer, porque andar arropado así no debe ser divertido, apenas si se puede mover. Cuando regalo algo me siento tan raro, pero es divertido.

5

El desayuno pasó otra vez sin novedades, la señora todavía no sufre de tanto calor. Nos subimos al auto de papá y la señora seguía con corpiño y bombacha. Llegamos a la escuela, lo mismo. Ese día me sentía raro, como si me hubieran sacado algo, pero no sabía que. Revisé la mochila y aunque confirmé que la cajita estaba en su lugar, la sensación de vacío persistía. En medio de la clase la maestra se acercó hasta donde yo estaba y con voz rara dijo que podía irme a casa, y que papá esperaba en la secretaría de la escuela. Yo ni pregunté porque, a ver si se arrepentían de darme el día libre.
Cuando llegué a la secretaría papá estaba triste, pero no dormía sino que lloraba. Claro, en la escuela está prohibido dormir. Cuando le pregunté que era lo que pasaba me contestó que el abuelo se había ocultado en un cajón de calor. Me explicó que realizando un experimento con los cajones, había terminado metido en uno de ellos. No entendí que tenía eso de triste, pero ver a papá llorando hizo que yo también llorara. Fuimos en el auto hasta un lugar que yo no había visto nunca. Nos bajamos y entramos en una sala blanca atestada de gente, entre los que pude reconocer a mis primos y a mis dos tíos. Había un fuerte olor a café y cigarrillos. También estaban mamá, Jorge y Rubén. Me dí cuenta de que algunos adultos estaban tristes porque lloraban. De tanto en tanto alguna persona se acercaba y me tocaba la cabeza como lo hace la abuela cuando me dice lo mucho que he crecido. Cuando pregunté por el abuelo me dijeron que estaba en la sala del fondo y aunque fui hasta la sala no pude realmente verlo porque comentaron que era imposible abrir el baúl, estaba cerrado por dentro. Le dije a mamá que intentáramos abrirlo pero aseguró que no se podía, que ya lo habían intentado repetidas veces pero que el abuelo se empeñaba en mantenerlo cerrado. Como yo insistía me aseguró que el abuelo sabía lo que hacía y en algún momento saldría del baúl, era solo cuestión de esperar. Lo raro es que el baúl era negro y rectangular, y en casa yo no lo había visto nunca. Debía ser uno muy nuevo. Más tarde fuimos a un jardín enorme en donde pusieron el baúl bajo tierra para que el calor concentrado del cajón no dañara al abuelo. Mamá dijo que ahí abajo es donde mas se siente la tristeza de Dios.